en este hospital no hay luz para un electrocardiograma.
Son tardes y mañanas y noches de estudio. Y esta canción es preciosa y tengo un miedo horrible del futuro. Mi miedo ahora es salir y cambiarlo todo por recuerdos, que diría un amigo. Ése es el miedo emocional convertido en necesidad empírica. El otro, bueno, el otro va sobre niágaras y bicicletas.
- No sé, callada. No me gustas así. Me gustas cuando hablas.
A ella le gusta que su amiga hable, sí. Le gusta la chica tonta que se emborracha con facilidad y se sube a tacones altos de más, lanzando bobadas a la vida mientras se pinta los labios con una mano temblorosa, se sube la cremallera de la espalda, y sale a destrozarse la vida. Le gustan las diatribas sobre todo y nada y la filosofía de retrete, esos vómitos fáciles que le hacen creer que sus gilipolleces mentales tienen algún tipo de contenido lógico, o crítico, o algo. Le gusta que le den la razón y que se rían sin tener que pensar.
A ella, que para sentirse segura depende de su bronceado y que puede recitar de memoria los componentes activos de veintitrés tipos distintos de píldoras anticonceptivas, no le gusta que su amiga calle. No le gusta verla perder la mirada en el vacío, con el rostro serio, medio ido. No le gusta ese silencio durante las cenas ni el modo en que da vueltas a su jersey y a su pelo suelto entre los dedos. No le gusta la chica reflexiva, complicada, esa que requiere un esfuerzo y que cuando te mira parece tener, por fin, algo verdadero que decir. No le gusta encontrarse sola.
Sobre todo, porque quién sabe lo que le pasa por la cabeza en esos momentos. Se vacía el silencio, de tan denso. Y todo a su alrededor se vuelve frío, frío polar. Hasta que la otra vuelve a hablar, sin decir nada.
"Si la opinión pública ha alcanzado un estadio en el que inevitablemente
el pensamiento degenera en mercancía y el lenguaje en elogio de la
misma, el intento de identificar semejante depravación debe negarse a
obedecer las exigencias lingüísticas e ideológicas vigentes, antes de
que sus consecuencias históricas universales lo hagan del todo
imposible".
Dialéctica de la Ilustración - M. Horkheimer y T. W.Adorno. Prólogo de la edición de 1944.
La primavera pasada todo cambió. Salimos a las calles a gritar que
estábamos despiertas, hartas de que se nos tratara como mercancías en
manos del 1%. Tras un largo silencio, tomamos las plazas para
reivindicar una Democracia del 99%, en la que se respeten los derechos
políticos, sociales y económicos que hoy están siendo atacados con el
pretexto de la crisis. Seguíamos y seguimos sin casa, sin curro, sin
pensión y SIN miedo.
Desde el 15 de mayo, el movimiento popular
ha logrado activar las conciencias y señalar al R€gimen de la Troika, el
PP y el PSOE como culpable del expolio a las mayorías sociales. En
estos meses hemos parado centenares de desahucios, hemos inundado las
calles en defensa de la educación y la sanidad pública, nos hemos
organizado horizontalmente en las asambleas de los barrios y hemos
defendido los bienes comunes como el agua y el conocimiento. Desde abajo
hemos respondido al discurso de los que nos gobiernan y hemos empezado a
construir las alternativas de forma colectiva. Pese a todo, no ha sido suficiente. Todavía no los hemos parado.
Siguen
diciendo que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Dicen
que los recortes son el único camino para salir de la crisis: que se ha acabado la fiesta. Pero nosotras
no hemos vivido ninguna fiesta: los beneficios de la burbuja
inmobiliaria y financiera se los quedaron los de siempre, y ahora -una
vez más- pretenden que las de abajo paguemos. Son ellos quienes han
vivido por encima de nuestras posibilidades y quienes ahora nos quieren
obligar a elegir entre paro y precariedad.
Los ataques contra
los derechos del 99% no cesan. Los recortes en los servicios públicos
agreden directamente a los sectores más empobrecidos de la sociedad. La
reforma laboral deja a las trabajadoras indefensas, y acaba con la
posibilidad de un empleo estable para las jóvenes. Mientras, más de la
mitad de nosotras estamos en paro. Quieren obligarnos a elegir entre
miseria y emigración.
Pero no nos resignamos. Nosotras decidimos
levantar nuestra voz con dignidad y rebeldía, y el poder responde con
policía, violencia y leyes que criminalizan toda clase de disidencia en
las calles. Mientras se amnistía a los grandes estafadores, se encarcela
a jóvenes estudiantes y sindicalistas por atreverse a defender los derechos de las mayorías.
Si
eres joven y ves cómo te roban el futuro. Si tienes un trabajo precario
o estás desempleada. Si eres estudiante y ves cómo te suben las tasas.
Si eres becaria y no ganas ni para el transporte público. Si ves cómo
cada vez se le niega a más gente el derecho a la asistencia sanitaria.
Si han cerrado la guardería de tu hermano o tu hija y ves que el banco
sigue abierto. Si no puedes afrontar el pago de tu vivienda. Si eres
mujer y cobras menos que tu compañero por el mismo trabajo. Si sabes que
no vas a tener una pensión digna. Si te han subido los impuestos
mientras siguen financiando a la corona y a la iglesia. Si ves cómo te
empobreces mientras el 1% se sigue enriqueciendo a tu costa: hoy más
que nunca, tenemos que estar dispuestas a no rendirnos, a salir a las
calles y gritar que seguimos sin miedo.
Porque no se trata de celebrar el pasado, sino de construir el futuro.
Últimamente no tengo más que el pánico atroz que me atenaza por las noches. Lo demás podría considerarse equivalente a la nada, porque el pánico se me mete en el estómago y me acompaña durante el día, impidiéndome comer y produciéndome náuseas. Es eso, o la ansiedad que no se va.
Con cada conversación se me nubla la frente de arrugas. Tengo miedo, sí; ya lo decía alguien y yo no dudo en repetirlo, pero es que lo que se nos ha venido encima es demasiado aterrador como para no tenerlo. Díganle a los galos que a mí ya se me cayó el cielo sobre las cabezas. A mí y a tantas otras.
Últimamente no tengo más que el pánico atroz que se desborda por cada una de mis miradas, que fluye con mis movimientos, que me persigue por los callejones y que se sienta a mi lado en las reuniones. El peor de los pánicos posibles: el de la certeza. Eso, y una desesperación inmensa.
A todas aquellas que, como Fermín, hemos sentido alguna vez la necesidad de tirar del freno de emergencia de este sistema.
¿Seis años por trece minutos? Ni de coña.
La vida és un matí de cada dia
quan et passava a recollir
una caputxa negra, texans amples
un mural descolorit.
La vida és una classe a Filologia
on agitàvem el demà,
un sol roig colant-se a l'assemblea
apunts bruts, cabells daurats.
La vida és un dijous que acabaria
al teu pis d'estudiants,
quatre espelmes grogues a la cuina
ombres nues, plats trencats.
La vida és un cel blau cap al migdia
quan pujàvem al terrat
una cançò d'Extremo, roba estesa
València entre llençols blancs.
La vida és tancar els ulls, tornar a riure
cridar al vent, sentir-nos lliures
la vida és desitjar tornar a nàixer
córrer tot sol, sentir-te créixer
la vida és el fred tallant les cares
i una llàgrima incendiant les galtes
la vida és entendre que he d'aprendre
aprendre a viure
la vida sense tu.
La vida és mossegar la fruita dolça
a les escales de Mercat Central
pujar per Cavallers fins la Valldigna
fumar oblits, cantar a crits.
La vida és una casa enderrocada
creuant les Torres de Serrans
"Amor, humor, respecte" a la façana
foc i metralla a les nostres mans.
La vida és agafar el primer tranvia
del Pont de Fusta al Cabanyal
una ciutat taronja a les finestres
un món en guerra als ulls cansats.
La vida és una barca abandonada
que vam trobar davant del mar
sentir-nos com dos nàufrags a la platja
l'últim cop que em vas besar.