"Me voy - dijo él. ¿Dónde vas saliendo de mi cama? Si las calles aún
no están puestas... - respondió ella con sólo la mitad de la cara a la
vista, apoyada sobre la almohada, sonriendo sin importarle el fin del
mundo, los maullidos de un millón de bestias ni el sudor que le
resbalaba una piel que volvería a romper en pedazos al mismísimo el
Coloso de Rhodas...".
Últimamente tengo una sensación que me devora por las mañanas y no me
deja en paz hasta que consigo dormirme bien entrada la noche. Algo así
como la necesidad de gritar, de decir que qué broma de mal gusto es
ésta. Pero tengo la boca tan llena de vómito que temo que al abrirla no pueda respirar y muera asfixiada.
A cada bofetón, a cada insulto, es más difícil no echarse a llorar y
tirar la toalla. Y pese a todo, aquí seguimos. Quienes creemos en la
necesidad de conocer nuestra Historia, en la importancia del pasado para
comprender y construir el presente; quienes sentimos que el verdadero
conocimiento de los hechos que ya fueron puede ayudarnos a hacer
justicia aquí y ahora; quienes nos oponemos a un discurso histórico
maniqueo, violado y maltratado durante años por el poder hegemónico;
quienes reivindicamos el derecho y el deber a la memoria y hemos
decidido dedicar nuestra vida a recuperar la nuestra, la colectiva, la
que nos han arrebatado.
Las
grietas se abren cada vez de una manera más evidente, sin disimulos,
sin medias tintas. Madrid se resquebraja. Un Madrid es suyo: el Madrid
de la represión, del silencio, del miedo; el Madrid del Régimen. La otra
ciudad es nuestra Madriz rebelde, la ciudad de las de abajo, la
combativa, la que defiende la alegría y organiza la rabia; el Madrid de
nuestras vecinas, nuestros barrios, nuestras compañeras.
Es el
Madrid del Régimen el que mañana va a expulsar a cerca de 2.000
estudiantes de la Universidad Complutense por no poder pagar la
matrícula, el que sitia Lavapiés para realizar redadas racistas (16
vecinas detenidas, hace apenas una hora y media) que han sido declaradas
ilegales por tribunales internacionales, el que homenajea fascistas; es
el Madrid del Régimen el que financia violencia de género y el que
acaba de llevarse a uno de mis mejores compañeros y amigos con las manos
esposadas. Nuestra Madrid, nuestro Madrid, no es ése. Porque nuestro
Madrid va a pasar esta noche, y todas las que hagan falta, encerrado en
el Vicerrectorado de Estudiantes de la UCM. Nuestro Madrid es el que se
organiza, el que crea crea redes y echa a la policía de nuestras calles.
Nuestro Madrid, nuestra Madrid, es cientos de mujeres escupiéndole a la
cara a un Ministro de Justicia al que, ojalá, alguien le meta un día
una percha por el culo.
Aquí estamos, resistiendo. Prometemos devolver cada uno de los golpes.
"Lo que mucha gente llama amar consiste en elegir a
una mujer y casarse con ella. La eligen, te lo juro, los he visto. Como
si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte
los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio. Vos dirás que la
eligen porque-la-aman, yo creo que es al revés. A Beatriz no se la
elige, a Julieta no se la elige. Vos no elegís la lluvia que te va a
calar hasta los huesos cuando salís de un concierto". - Rayuela, capítulo 93.
Hace tiempo que no escribía llorando, ¿sabes? Casi tanto como el que llevaba sin necesitar escribir, así, necesitar con todas las letras, esas ansias que te entran por el estómago y se instalan entre los pulmones, impidiéndote respirar. Como el rayo de Cortázar. Y aquí estoy, una y pico de la mañana, buscando con la mirada el ron que sé que no hay en mi cuarto. Había que intentarlo.
Irónicamente, me reconozco más en esto que en cualquier cosa del último tiempo. Las rutinas, ya se sabe, que consiguen que una se acostumbre hasta al auto-desgarrarse. Un auto-desgarrarse despacio, despacito, recreándose en la sangre. Disfrutando casi. Con una sonrisa de placer al notar que salen las palabras; los ojos cerrados y lágrimas por la cara. Que ya no necesito ni respirar para escribir, sólo estremecerme. Como Piaf cuando cantaba eso del acordeonista que se fue a la guerra y la puta que le lloraba, todas las noches, sin poder dejar de bailar con la música.
Al fin y al cabo, esto se trata de salir adelante. Vivir es
una contradicción en sí misma, y eso. Sola o acompañada, qué más da
mientras sea capaz de seguir levantándome. O eso quiero creer; demasiados años me han enseñado que no suele haber opción posible. Así que, no sé, igual corto con lo de esconderme en la cama hasta mediodía y comienzo a ponerme horarios como las personas adultas. Que ellas, cuando las veo en el metro, ni lloran ni escriben.
Al fin y al cabo, esto se trata de salir adelante.