Conocí a Isa en 2010, eso seguro, y aunque no recuerdo dónde ni cómo, supongo que fue en alguno de los encierros centralizados que hubo en la Facultad de Filosofía ese otoño. Entonces nos juntábamos para estudiar: el conserje activaba la alarma del ala este a las diez de la noche y nosotras nos atrincherábamos en una o dos aulas del otro lado junto con montañas de subrayadores y decenas de copias de los últimos informes de la ANECA o de la Comisión Europea para la Educación. En pocos meses llegué a memorizar casi todas las actas de la Cumbre de Lisboa. Luego, coincidiendo con el amanecer, nos despertaban las limpiadoras de la facultad con toquecitos suaves o escobazos profundos, dependiendo de la vez, y salíamos de los sacos con legañas en los ojos, gateando con frío hasta la máquina de café.
Ese abril fue el último de los encierros de ese tipo que recuerdo. Hay todavía, en alguna parte, un vídeo mío explicando el nuevo modelo de gobernanza universitaria. Visto la camiseta de Juventud Sin Futuro. Todavía no existía el 15M.
No sé cuándo la oí cantar por primera vez. Está claro que fue antes, pero mi primer recuerdo de ella tocando la guitarra es el de mi móvil sonando en algún parque de Barcelona, rodeada de litros de cerveza, en el mes de julio de 2012. Me recuerdo tan ingenua, tan niña (y hace, ay, tan pocos años), camino del que iba a ser mi primer campa de la Cuarta. Y recuerdo el césped y la comida después de ocho horas de tren, y a Dani alucinando de que fuera a conocerla. Sonaba El blues de la violencia.
Luego, Casablanca. Tuvo que ser muy pronto, porque la desalojaron al poco de dejar el Chami y mudarme a Torrecilla. Con los 10.000 libros de la biblioteca de Sol y todo el archivo de asambleas dentro. Las horas de ese día se me mezclan en la cabeza. Primero, salir de un examen y ver como diez llamadas perdidas de Teresa. Oírla, casi llorando yo, exaltadísima ella, diciendo que las lecheras estaban rodeando el barrio. Correr hacia el metro, llamar a Violeta, bajarme en Antón Martín con un nudo en el estómago y temblando de rabia. Esa noche Marta salió de su habitación y se encontró a treinta personas en el salón apiñadas para mirar por la ventana. Abajo la gente se metía corriendo en los portales huyendo de las pelotas de goma.
De Casablanca tengo tres recuerdos que se alzan sobre el resto. Primero, Isa cantando Contigo poco después de que saliera su primer disco. Segundo, un Comité de Huelga en el asambleódromo de la segunda planta, previo a la Huelga General del 29M, y Víctor levantándose para coger aire en la ventana después de seis horas desquiciantes. Tercero, el corredor de entrada con sus sofás, sus banderines, las revistas encima del futbolín, todo como siempre, quieto como si nada, y nosotras corriendo entre los escombros del muro mientras un grupo se rezagaba para tapiar el hueco por el que habíamos entrado. Magerit. Triunfantes por cinco horas. Ella estaba dando el concierto de reapertura cuando entró la policía.
Hoy he vuelto a escuchar a La Otra y se me ha caído Madrid encima.
Hacía más de dos años que no escribía.