...como fueron Adán y Eva.
(Los dos nos quedamos sin pulso al rompernos la boca con tanta obediencia).
Acabo de descubrir que tengo un arañazo cicatrizando en la espalda. Y como últimamente una línea conduce a otra, ésta me ha llevado de nuevo a Copenhague y mis rodillas heridas, aquel aparcamiento en mitad de la nada circundado por dos furgonetas. Fue una noche suicida, esa. Una noche de las que simplemente te apetece vivir y ya se puede ir a la mierda todo que tú vas a estar bailando hasta las últimas consecuencias. Incluso si eso incluye correr medio vestida y perder el pasaporte. Y reír todo el rato.
Hay noches que, por simples que sean, resplandecen como soles. Sin adornos, sin necesidad de alfombras rojas ni ropa interior de seda. Como aquella con las luces reflejadas en el Duero, como los paseos por Sevilla, como subir con prisa unas escaleras o saber que nadie va a venir a exigirte que salgas de la cama. Con el cuerpo estirado en una curva inversa. En una línea. Como la del sábado en mi espalda.
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