Viniendo para casa, las manos en los bolsillos, he tenido una sensación extraña. Hacía tiempo que no escribía y antes lo he hecho, bajando hacia Sol por Preciados, esquivando manteros, paso rápido, sonrisas a los músicos callejeros, lo siento, no tengo un euro, si no te lo daba. Había, no sé, una cosa extraña en la noche de Madrid. Una capa más de realidad a esas once y media tan tempranas, las botas deprisa, la cerveza en la cabeza y la mochila ahí con los tres cuadernos: el de bolsillo, el de reuniones, la agenda. Antes, a la hora de la comida, con Lucía fumando en una esquina del sofá azul, Markel que si Spinoza, las risas, la nostalgia, sentí también lo mismo. Como que me elevaba.
Trato de creer en cómo ha cambiado mi vida, pero cuesta, cuesta. Sólo en ocasiones me entra así, desaparezco, observo desde fuera y veo a una mujer que afirma con fuerza pero se muere de dudas. Mujer, qué duro suena. Con el pelo recogido y los mechones a ambos lados de la cara, increíble, quién lo diría hace unos años. Mujer llegando a casa y gritando un buenos días mientras se dirige a la cocina, saca la verdura, prepara algo de comer. Busca el cuaderno tres, abre por octubre, primera semana, tacha reuniones, apunta otras nuevas. Se duerme en clase, toma apuntes, discute de Historia comparada, no, al Dictador se le llama por su nombre. Llega tarde, cierra puertas, tiene miedos. Mujer que abraza fantasmas y quisiera romperse cada vez más noches, que estalla en llamas, que guarda muertos. Que toma actas y lee en el metro.
Luego está la calle, esta calle que me abraza como madre. La casa de las ventanas verdes. Los libros, el forro polar calentito, el olor de las velas. Gente que, por fin, me sonríe con confianza. Autoconstrucción y yo bajando por Preciados hacia Sol, los trabajadores cerrando tiendas, el violín desde Callao, la luz de la noche y las parejas tan normales, tan eternas. Mañana me levantaré temprano, sonrío mientras me contemplo desde arriba, desde algún jodido lugar a la altura de Ágora Sol, el paso decidido, el palestino colgando. Mañana madrugaré y tomaré café. Me sentaré a comentar textos, el Leviatán, las memorias de Luis XIV, Política extraida de las Sagradas Escrituras, que sé yo. Después pasearé hasta dar con los libros que necesito, volveré a casa, almorzaré, diré que tengo más caos que vida. Haré redacciones en inglés, me reñirá Teresa, llegaremos tarde, corriendo, segundo izquierda, la gente ya sentada en la asamblea tratando el punto primero del orden del día.
Y todo eso pienso mientras me veo bajar la calle, así de golpe. Más o menos lo que pensaba este mediodía. Mi constante vital cuando logro observarme, juntar tiempo para darme cuenta. Que nos cambia el mundo al ritmo de los latidos.
(Barricadas en las calles).
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