Cuando era pequeña (pero pequeña de verdad) había dos comportamientos de las personas adultas que me hacían sentir tremendamente estúpida, y que no podía soportar sin cabrearme: que me apartaran aduciendo estar hablando "de cosas de mayores", y la manía de dar órdenes por mera costumbre a mandar. Me sentía ninguneada hasta el extremo, despreciada por personas ante quienes yo sólo trataba de mostrar interés y curiosidad. Me interesaba el mundo, joder, no entendía el porqué de ciertas cosas. Yo quería aprehender.
Tuve, más tarde, mis dos momentos de empoderamiento. El primero, lo recuerdo bien, fue durante un viaje en coche. Y mi humillación fue mayor todavía cuando ante mis constantes "quizá, si me lo explicárais, sí que podría entenderlo" mi madre se giró agotada para soltarme un discurso arquerosamente técnico sobre las hipotecas. Sigo creyendo que detrás de la decepción de que, al fin y al cabo, yo sí que era demasiado idiota (o, peor todavía, demasiado pequeña) como para entender las cosas de mayores, quedó latente un sentimiento de engaño que entonces no supe explicarme.
El segundo momento formó parte de un proceso más amplio. No recuerdo la edad que tenía, pero llegado un punto tomé la decisión de rendirme. Estaba bien, iba a hacer caso. A todo, incluso a aquellas órdenes que menos gracia me hicieran. Eso sí: quería saber los motivos. Me parecía lógico, al fin y al cabo, hacer caso a una orden razonable por poco que me apeteciera llevarla a cabo; era lo correcto, reflexionaba yo en mi etapa de moralismo y cientifismo extremo. La idea, a mis padres, pareció encantarles. Hasta el momento en que descubrieron que porque-sí, porque-lo-he-dicho-yo, porque-queremos y porque-creemos-que-es-lo-mejor no entraban dentro de lo que yo consideraba orden razonable. La catástrofe fue inevitable.
Hace más de diez años (la mitad de mi vida) del último de estos intentos de empoderamiento filial. Y a día de hoy, los adultos siguen repitiendo de manera constante los mismos comportamientos odiosos. Y yo sigo sin poder aguantarlo. Que a mí, señores y señoras del reino de los mayores, "congelación salarial" no me dice nada, y o me argumentan bien las cosas o me declaro en resistencia activa, que eso, fijénse cómo están las cosas, sí sé lo que significa.
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