Hoy, todo son mujeres en mi vida. Teresa en fase de agobio máximo porque es incapaz de hacer las cosas una tras otra, ella tiene que lanzarse así, a por el nudo, y de pronto de la traga el mar de obligaciones sin darse apenas cuenta porque está más pendiente (reconozcámoslo) de intentar avanzar por el mundo, pero cómo la quiero. Irene coqueta, areglándose los vestiditos, comprando diademas y viniendo a mi cuarto a hablar de la figura del héroe en la literatura judía del siglo XX, la muy jodida, que mira que sabe cosas. Mi madre llamando desde Murcia para decirme, sin decir, que me quiere y
que echa de menos, y yo respondiéndole tratando de camuflar la voz
entrecortada de (te quiero, mamá) a punto de echarme a llorar. Isa sujetando su cerveza con cara de cansancio, en un no-puedo-más intermitente que le hace reclinarse en la silla hacia trás para beber y hacia delante para darme abrazos, tan linda ella, tan fuerte, tan lo-he-decidido-me-voy-a-México con una voz dulcísima que nadie diría. Alba apareciendo por el comedor a las tres de la tarde, murmurando que se acaba de despertar y hablando desde unas gafas enormes que casi pierde una vez en Berlín. Ellas, las de las asambleas, las luchadoras: Odile, Isa, Vanessa. Y la música de La Otra todo el rato.
Mañana es la fiesta de Navidad, chicas. Teresa y yo estaremos a los platos de la Sala Alternativa a eso de las 4.30. Sean felices.
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