Era él con su cazadora de cuero y piel de oveja, ese cuello enorme, gigantesco, que hacía que la lana saltara a la vista hasta fundirse casi con sus patillas. Era yo con mi boina calada y mi chaqueta de pana, mis pantalones morados a punto de hacerse falda, y los dos dentro del sótano inmenso de una okupa en algún lugar de Madrid, cubata en mano. Eran los jodidos cuadros del movimiento estudiantil, ahí en la barra currando para pagar juicios, y la gente bailando con el puño en alto. Somos puta nostalgia, joder, eso somos.
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