Esta noche hay fiesta en El Koala, organizada por la Asamblea de Filo, para pagar el juicio de las detenidas el 17N, y hace un rato se rompió la cachimba en el cuarto de Dario, porque Cristina trataba de saltar encima de mí con las piernas estiradas. Alguien se dedica a estampar naranjas pasadas contra la ventana de Ángel, en la tercera planta, y un grupo de gente aplaude cada vez que acerca en el cristal. Mi vecino tiene Extremoduro sonando con la puerta abierta, y todo el pasillo se asoma a saludar y a pedir la siguiente canción. Martín acaba de aparecer por aquí vestido de mujer, con una cintura de avispa genial, que viene de hacer teatro, y no para de pasar gente que da abrazos y maletas que no quieren irse y despedidas que se postergan hasta esta noche.
Cada vez me enamoro más, lo siento. Será esta jodida etapa de la vida, que no acaba y que a la vez se escurre entre los dedos de una reproduciendo el pánico eterno. Igual necesito un orgasmo; el caso es que siento una necesidad enorme de estallar por dentro. Eso, y que estoy viviendo magia.
Felices fiestas. Las de emborracharse y eso, digo. Yo me voy mañana de casa y no quiero hacer la maleta, no quiero. Volveré a Madrid dentro de dos semanas, homenajémosla esta noche como sólo ella se merece.
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