Últimamente no tengo más que el pánico atroz que me atenaza por las noches. Lo demás podría considerarse equivalente a la nada, porque el pánico se me mete en el estómago y me acompaña durante el día, impidiéndome comer y produciéndome náuseas. Es eso, o la ansiedad que no se va.
Con cada conversación se me nubla la frente de arrugas. Tengo miedo, sí; ya lo decía alguien y yo no dudo en repetirlo, pero es que lo que se nos ha venido encima es demasiado aterrador como para no tenerlo. Díganle a los galos que a mí ya se me cayó el cielo sobre las cabezas. A mí y a tantas otras.
Últimamente no tengo más que el pánico atroz que se desborda por cada una de mis miradas, que fluye con mis movimientos, que me persigue por los callejones y que se sienta a mi lado en las reuniones. El peor de los pánicos posibles: el de la certeza. Eso, y una desesperación inmensa.
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