miércoles, 13 de junio de 2012

Santa Bárbara bendita.

Hay algo de mito en el caucho ardiendo. Algo de intintivo en ese imaginario colectivo compuesto por desprendimientos de rocas, hombres (siempre hombres) entrando en la mina a los 17 años y saliendo a los 65, vías cortadas, mujeres (sic) trayendo leche a novios y hermanos. Algo de telúrico y de fe religiosa en la fuerza del desesperado, el empuje de los desheredados que parecen encontrarse, más que nunca, en una época que no es la suya. Algo de residuo del subconsciente, en los disparos allá en el monte y los pañuelos que tapan las caras. Porque si algo aterra de Asturies saboteada, de Asturies bloqueada, de Asturies digna y en pie; si algo aterra de Austuries rebelde, de Austuries minera y dinamitera, es la brecha temporal que abre y desde la que nuestros abuelos parecen mirarnos a la cara, con todo lo bueno y todo lo malo, a nosotras la sociedad urbana y tan perfectamente posfordista de este siglo XXI.

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