viernes, 6 de marzo de 2009

Que existimos y estamos aquí

Un día por la tarde, acabado ya el mes de abril y con la impresión de que, más que final natural, alguien se lo había robado, Mesquio se paró a mirar el mundo. No es que antes hubiera andado cabizbajo, sin prestar atención al paisaje, ni tampoco había estado ciego ni necesitaba gafas para apreciar las figuras. Simplemente, nunca se había parado a pensar qué había realmente en las cosas.

Si se cruzaba por la calle con una señora, no veía
más que el femenino correspondiente al ser humano, algo entrado ya en años. Los coches eran coches, sin más, y los niños, cosas molestas que andaan empijando a la gente. Mesquio miraba los tristes árboles que el ayuntamiento había instalado en las aceras de las vías principales y se quejaba de que, por su culpa, las palomas se dedicaban a manchar a cualquier inocente transeúnte. Las plazas eran lugares de reunión, y punto. Los edificios antiguos, para él, desentonaban con la nueva arquitectura, y las personas que andaban pidiendo por la calle molestaban visiblemente a la vista.

Siempre fue un hombre utópico, señador. Imaginaba poder alejarse de la mundana realidad para alcanzar ese otro mundo en donde no hubieran problemas, todo fuese perfecto y funcionara correctamente, y la gente sonriera amable al verte acercarte a ellos. No tardó en encontrar ese paraíso terrenal, cuando unos años antes se construyeron dos enormes centros comerciales a las afueras de su ciudad. "Más de 200 tiendas en el interior", rezaba la propaganda. A Mesquio le brillaban los ojos cada v
ez que iba a visitarlos. ¡Eso sí que era una auténtica vida!

Y un día por la tarde, al salir de las instalaciones comerciales e ir a recoger su coche aparcado en el abandonado y vacío centro de la ciudad, Mesquio cometió el mayor error de su vida. Abrió los ojos, los de dentro, no las pupilas ins
toxicadas por el humo de los vehículos. Abrió los ojos y dejó vagar la vista, unida por primera vez a su mente, por aquello cuanto le rodeaba.

Una tarde de primavera, un hombre con abrigo gris le robó a Mesquio el mes de abirl, y la vida. Le robó su felicidad, su estúpida felicidad, le robó la seguridad en aquello que creía, la falta de razocinio, la comodidad. Una tarde d
e primavera, Mesquio pensó.



En los suburbios se respira la revolución
la rebeldía es generada por la situación
de un sistema que protege a los que tienen más
no somos marionetas que puedas manipular!