martes, 28 de febrero de 2012

Próxima estación.

La otra noche, la que no dormí, me la pasé en la cama llorando de dolor. Cada pinchazo en el estómago era en el no-sueño un porrazo en la barriga. De esos de porra alargada y estrecha, monstruo negro enfarlopado sobre gente que grita. Creo que me pasé la noche gritando; eso fue lo peor de todo.

Me hago mayor a base de no tener tiempo ni para enfermar. Maldita ironía.

jueves, 16 de febrero de 2012

Pide un trago.

Da igual, en realidad sólo quería contarte que hoy por fin me sentí mal y que ese abrazo me ha hecho darme cuenta de por lo que estaba pasando. Supongo que estoy tan acostumbrada que ya ni percibo lo que las cosas tienen de anómalo; me desentiendo de las malas palabras, hago como si no a las espaldas dadas. Llevo tanto tiempo cargando con la responsabilidad de sonreír que se me ha olvidado lo que es llorar en público, y hoy me descubrí a puntito con ese me-han-dicho-que-lo-estás-pasando-mal cuando ni yo misma era consciente de ello.

Supongo que era esto lo que quería decirte, no más. Que hacía meses que no me sentía querida y que he quizá por eso he apreciado tantísimo el gesto de ternura de esta tarde, el que vinieran a preocuparse. Son mil cosas, yo qué sé. Me gustaría que me preguntaras mañana, algo así como un oye-anoche-no-pudimos-hablar-cómo-estás-no-te-olvides-que-te-quiero. Todo junto. Me gustaría que me llamaras a propósito, que mostraras ese poco de interés, pero sé que a pesar de toda tu buena intención eso no va a pasar. Así que me conformaré con una manta, a falta de abrazos.

Da igual, al fin y al cabo. Acaba de venir Aurora a mi cuarto a decirme que sabe que podré con todo. A la mierda, ¿sabes? Me gustaría que por una jodida vez alguien no supiera tanto y me echara una mano.

martes, 14 de febrero de 2012

Mi vida va prohibida, dice la autoridad.

"(...) La metrópoli, aunque necesitada de esta diáspora revertida, no se muestra acogedora con ella. En mi condición de analista de la literatura de viajes, me resultó impactante, en la década de los años noventa, encontrar un reciclaje contemporáneo de los archivos de viaje de los siglos XVII y XVIII. Las historias dramáticas de sufrimiento y supervivencia, de monstruos y maravillas que trescientos años antes regresaron a Europa procedentes de lejanas costas empezaron a reaparecer a dirio, hacia finales de esta década, en las fronteras mismas de la metrópoli. El último relato de un naufragio que escuché, por ejemplo, llegó no de Tierra del Fuego, como antes, sino del sur de Francia donde novecientos kurdos encallaron al tratar de llegar a Europa.

Los relatos de polizones no nos hablan hoy de chicos europeos escondidos bajo cubierta en buques con destino hacia los mares del sur, sino de jóvenes africanos que aparecen congelados bajo la escotilla de los aviones que aterrizan en los aeropuertos europeos o familias de Europa del Este escondidas bajo los trenes que cruzan el túnel del Canal de la Mancha. El relato del náufrago fue revivido con la historia de Elián González, quien logró llegar a las playas, no de Tahití, sino de Florida. Y no fueron los polinesios, sino los ciudadanos de Florida (¡los republicanos!) quienes decidieron que él era la reencarnación del Niño Jesús y que había sido llevado por los delfines a sus playas.

Los bandidos y los piratas de hoy en día son los coyotes o polleros que atraviesan fronteras en todas partes del planeta. Las historias de muerte y de rescate están de regreso y nos llegan, no precisamente del Sahara, sino del desierto de Arizona, como es el caso del espisodio del verano del año 2000 cuando un bebé fue milagrosamente rescatado de los brazos de su madre muerta, una joven salvadoreña que intentaba cruzar la frontera para entrar a los Estados Unidos. No fueron unos beduinos nómadas los que salvaron al niño sino una patrulla fronteriza cuya función normal es cazar a los inmigrante indocumentados.

Las narrativas de cautiverio resurgen entre trabajadores y trabajadoras en las casas de lujo de Beverly Hills, en fábricas y burdeles de San Francisco y Nueva York. Las asfixiantes pesadillas de las embarcaciones de esclavos vuelven a hacerse presentes en 1999 en el puerto de San Francisco, en donde dieciocho trabajadores chinos salieron de un contenedor de carga casi enloquecidos a causa de los padecimientos sufridos. Viajaban escondidos en el fondo de las bodegas de un carguero en el que murieron siete de sus compañeros de viaje. En la primavera siguiente, Inglaterra se vio sacudida por la historia de otros cuarenta y tres chinos que perecieron debido a la inhalación de monóxido de carbono en la parte trasera de un camión en el que intentaban cruzar la frontera procedentes de Holanda. Pocas semanas después, a orillas del río Bravo (y no, por ejemplo, del Níger ni el Amazonas), turbas enloquecidas miraban desde la ribera del río a dos personas que se ahogaron tratando de llegar nadando a Texas. El drama fue televisado en vivo, podría haberse tratado de una lectura en voz alta en la plaza de una ciudad en 1620.

En abril de 2001 brotaron de nuevo historias de linchamientos de negros y no se trataba de una revisión de los anales del viejo Sur, sino de la ultramoderna España. La esclavitud ya había hecho su reaparición en algunos lugares de África debido a la fuerte caída de los precios de sus productos y al colapso de la agricultura tradicional. En Sudán se rescataron centenares de huérfanos DInka robados como esclavos. En Abidjan, según London Daily Telegraph, las niñas se vendían por cinco libras. "Sentí que asistía a un espectáculo del siglo XIX", afirmó el reportero. El abolicionismo, a su vez, se sacudió el polvo y volvió a salir del closet, encabezado, como hace ciento cincuenta años, por la Anti Slavery Society de Londres. 

En el otoño del año 2001 Europa se dio cuenta de que estaba alojando miles de cautivas, muchas de ellas procedentes de Rusia y Europa Oriental, con lo que se puso al descubierto que los albaneses estaban haciendo ventas masivas de sus mujeres jóvenes a Europa Occidental. Quizá el tráfico humano es hoy una industria más grande de lo que fue durante la época del tráfico de esclavos, aunque no se trate de situaciones idénticas".


Mary Louise Pratt: "¿Por qué la Virgen de Zapopan fue a Los Ángeles? Algunas reflexiones sobre la movilidad y la globalidad".

lunes, 13 de febrero de 2012

Ardiendo otra vez.

"Para poder oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud".



Me estoy muriendo de miedo y de rabia.

viernes, 10 de febrero de 2012

Tiernas y ajadas.

A la gente le suele gustar esta facilidad mía para olvidarme de nombres y caras. Me pasó el otro día con el chico aquel de la bomber, en una espera administrativa cerca de Franco Rodríguez, la forma de quitarse las gafas de sol, de observarme, de volver a presentarse, como si pudiera acostarse conmigo una y otra vez siendo siempre la primera, morbo programado a base de amnesia.

Exhibo con indolencia la maldita cualidad, acordándome en ocasiones de mi abuelo y su retaíla de frases salvavidas: hola qué tal, cómo va la mujer, en qué trabajan los hijos, qué tiempos aquellos, a ver si nos vemos. Cuando logré asumir que no se trataba de una falta voluntaria, decidí ir con ello por delante, y desde entonces a ese hola linda, soy, yo respondo un tranquilo, me abré olvidado mañana. Supongo que lo aceptan como parte de un paquete de excentricidades: estudia Historia, se cree hippie, es de izquierdas (la pobre), se le olvida que te conoce.

No deja de ser curiosa esa fascinación extraña por no ser recordado. Es la curiosidad del ego insatisfecho, el superhombre diluído en soda, la vanidad arrastrándose de rodillas para preguntar por qué, qué condición incumplida es la que le ha impedido permanecer en mi memoria. La triste espiral del exilio.

Mientras tanto, trato de vivir con ello. Me gusta jugar a que lo acepto, a que me hace gracia, a que para mí también son excentricidades. Empecé-la-segunda-carrera-porque-me-aburría, y esas cosas. En ocasiones es útil. Más allá del pragmatismo barato, sin embargo, queda la duda. Eso, y el miedo a que un día me pregunten hola-nos-conocemos y yo no sepa qué responder.

martes, 7 de febrero de 2012

La noche se siente.

Recuperé este Madrid que nunca para quieto, y lo hice en forma de llamadas en Gran Vía, rones y ska en mi habitación a la una de la mañana y cafés allá por Chueca. Suena reagge ahora mismo, Policemen in the Setreet mientras que yo visto de colores. Fuera se oyen helicópteros (sí, helicópeteros; pasan de vez en cuando, buscando no se sabe a quien, como si de régimen militar se tratara) y aquí dentro, lástima que no fuera, huele a rebeldía.

Rescuperé este Madrid que no me deja escribir ni leer ni nada, que me ama en forma de Lavapiés y que me odia cuando se me ocurre acompañar a alguien a ese feudo que es la Rey Juan Carlos; este Madrid que me llama, me llama desde las tiendas de segunda mano de Malasaña y esas cervecerías que en la trastienda reunen todo tipo de grupos políticos de extrema izquierda.

Recuperé la vida y el trabarme a hablar, a bailar, a luchar, a leer en los trayectos de metro y encender velitas de colores mientras caigo de espaldas contra mi cama y arriba alguien pincha drum&bass o rumba o quémásda mientras sea vida.

jueves, 2 de febrero de 2012

Gracias.



Prometiéndonos la vida.

 Seremos otros, seremos más viejos, y cuando al fin me mire en tu espejo espero, al menos, que me reconozca, que me recuerde a quien soy ahora.


Llevo toda la semana con una sensación extraña como por aquí, a la altura del estómago, que se extiende un poco más arriba, por el pecho, y no me deja pensar bien. Claro que no es una semana normal ésta, no, aunque creo que, más que a los exámenes, se debe a esa mezcla de fascinación y de inaceptación que me sacude cada vez que me miro en el espejo.

Es un miedo atroz (el pánico eterno, ¿comprendes?), que convierte la escena en un no-observarme en esa fisionomía; que le roba toda la ingenuidad al gesto de abrocharme el sujetador, al ponerme de perfil, al estirarme el cabello a-ver-hasta-dónde-llega. Ya no hay comprobación posible, se acabó el periodo de prueba y yo me doy de bruces contra mis veinte años preguntando quién narices es la que me mira desnuda desde la puerta del armario.

Feliz cumpleaños, mujer. Tendrás que aprender a caminar, ahora que perdiste las muletas de la excusa, ahora que el mundo te toma en serio (ja-ja-ja) y que el desfase (auto)percepción-imagen es más grande que nunca. Feliz cumpleaños, mujer. No te formalices demasiado pronto, por favor, no te vendas a terceros (a segundos sí, a segundos siempre) negando el verdadero significado de la década, disfruta cada orgasmo como ya desde la ingenuidad venías haciendo, aprende, aprende mucho y bébete el alma.

Y vive (ama), por favor. Que la vida es más compleja de lo que parece.