sábado, 31 de diciembre de 2011

Ya cayó el dictador (o eso dice la radio).

No recuerdo enero, la verdad. Sé que empecé el año jodida, jodida a más no poder en todos los sentidos posibles, y que me pasé el mes llorando en un Madrid helado que amenazaba con retroceder tres décadas. Tuve uno de los momentos más felices que recuerdo, con mi cuarto lleno de confeti y amigos abriendo regalos que ya no son lo mismo, ni ellos ni los paquetes. En febrero me curé y por primera vez en meses logré salir de la espiral de suicidio para sentirme bien diciendo sí y diciendo no. La sonrisa idiota de esa noche de carnaval se estampó contra la realidad en marzo, cuando empecé a comprender de lo que había salido y hasta qué punto estaba perdida. Ahí ya no sé muy bien lo que vino, pero fue en abril cuando comencé a caminar de nuevo, de la mano del día siete y todo lo que supuso. Yo volví a caer, más bien que mal, y a mi alrededor comenzaron a aparecer caras preocupadas que daban abrazos mejor que nadie antes, que te tenían la mano y te invitaban a crecer. Amigos. Después vendría mayo y el estallido de todo, y yo dejé de comprender nada y me echaba a llorar de incredulidad subida a una de las dos fuentes de Sol para ver algo mientras me sentía incomprensiblemente más arropada que nunca. Creo que morí de agotamiento esas semanas. Poco después me obligué a aceptar lo inevitable, y maldecí ese mes y su sonrisa triste con toda la fuerza del mundo. 

Se puede decir que el año murió por primera vez ahí, en la frontera entre julio y junio, pegado a una ventanilla de autobús mientras yo me alejaba de Madrid intentando entender lo que me había pasado. Tras eso la desidia, la desidia y el miedo horrible a repetir lo del año anterior, a volver a mutilarme por dentro. En agosto, tras un viaje de profundas decepciones y pequeños triunfos (maldito esperar siempre lo mejor), me puse en jaque y comprendí.

El año que va a empezar mañana ya nació en cierto sentido este septiembre, y lo hizo con los mismos tres impulsos que (lo sé) me constituyen ahora: el amar (el sufrif), el madurar y la esperanza o el miedo atroz, que en ocasiones vienen a ser hermanos. En octubre me pasaron muchas cosas, muchísimas, pero se puede decir que fui por primera vez consciente (después del confeti) del valor de la amistad y de lo que significa querer a un amigo. Eso, y que me volví a dar cuenta (una sobre otra, cada vez la herida es más profunda) de que estaba creciendo. Noviembre fue mes de lucha y aceptación de una misma, y de un tropiezo terrible que me vino a enseñar a no edificar sobre tierra falsa. Y diciembre se va con paso agridulce, nostálgo y combativo. Será el sabor de la vida.

Ahora sí: feliz 2012.

Bebamos para no vernos.

Quería escribir un adiós 2011 explicándome que siempre aspiro a la mejor de las opciones posibles y que luego la mitad me sabe a poco; que siempre he querido que las cosas me salgan demasiado bien. Pero soy incapaz de redactar nada.

Así que mejor diré que querer es bonito y que yo quiero muchísimo. Diré que los proyectos comunes son la cosa más maravillosa de construir en la vida y que yo tengo entre mis manos dos proyectos tremendos. Eso tengo yo: una caja de grillos y dos amigos geniales.

Feliz 2012.

jueves, 29 de diciembre de 2011

El consuelo vendrá después.

Así acabo un año, así empezaré el siguiente. Con un vaso de ron sobre la mesa, la estabilidad como huída de mi vida y un pánico atroz por el presente. Desprotegida y falta de luz.


jueves, 22 de diciembre de 2011

Habrá quien no cambie.

Era él con su cazadora de cuero y piel de oveja, ese cuello enorme, gigantesco, que hacía que la lana saltara a la vista hasta fundirse casi con sus patillas. Era yo con mi boina calada y mi chaqueta de pana, mis pantalones morados a punto de hacerse falda, y los dos dentro del sótano inmenso de una okupa en algún lugar de Madrid, cubata en mano. Eran los jodidos cuadros del movimiento estudiantil, ahí en la barra currando para pagar juicios, y la gente bailando con el puño en alto. Somos puta nostalgia, joder, eso somos.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Como espadas.

Esta noche hay fiesta en El Koala, organizada por la Asamblea de Filo, para pagar el juicio de las detenidas el 17N, y hace un rato se rompió la cachimba en el cuarto de Dario, porque Cristina trataba de saltar encima de mí con las piernas estiradas. Alguien se dedica a estampar naranjas pasadas contra la ventana de Ángel, en la tercera planta, y un grupo de gente aplaude cada vez que acerca en el cristal. Mi vecino tiene Extremoduro sonando con la puerta abierta, y todo el pasillo se asoma a saludar y a pedir la siguiente canción. Martín acaba de aparecer por aquí vestido de mujer, con una cintura de avispa genial, que viene de hacer teatro, y no para de pasar gente que da abrazos y maletas que no quieren irse y despedidas que se postergan hasta esta noche.

Cada vez me enamoro más, lo siento. Será esta jodida etapa de la vida, que no acaba y que a la vez se escurre entre los dedos de una reproduciendo el pánico eterno. Igual necesito un orgasmo; el caso es que siento una necesidad enorme de estallar por dentro. Eso, y que estoy viviendo magia.

Felices fiestas. Las de emborracharse y eso, digo. Yo me voy mañana de casa y no quiero hacer la maleta, no quiero. Volveré a Madrid dentro de dos semanas, homenajémosla esta noche como sólo ella se merece.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Las chicas son guerreras.

Hoy, todo son mujeres en mi vida. Teresa en fase de agobio máximo porque es incapaz de hacer las cosas una tras otra, ella tiene que lanzarse así, a por el nudo, y de pronto de la traga el mar de obligaciones sin darse apenas cuenta porque está más pendiente (reconozcámoslo) de intentar avanzar por el mundo, pero cómo la quiero. Irene coqueta, areglándose los vestiditos, comprando diademas y viniendo a mi cuarto a hablar de la figura del héroe en la literatura judía del siglo XX, la muy jodida, que mira que sabe cosas. Mi madre llamando desde Murcia para decirme, sin decir, que me quiere y que echa de menos, y yo respondiéndole tratando de camuflar la voz entrecortada de (te quiero, mamá) a punto de echarme a llorar. Isa sujetando su cerveza con cara de cansancio, en un no-puedo-más intermitente que le hace reclinarse en la silla hacia trás para beber y hacia delante para darme abrazos, tan linda ella, tan fuerte, tan lo-he-decidido-me-voy-a-México con una voz dulcísima que nadie diría. Alba apareciendo por el comedor a las tres de la tarde, murmurando que se acaba de despertar y hablando desde unas gafas enormes que casi pierde una vez en Berlín. Ellas, las de las asambleas, las luchadoras: Odile, Isa, Vanessa. Y la música de La Otra todo el rato.

Mañana es la fiesta de Navidad, chicas. Teresa y yo estaremos a los platos de la Sala Alternativa a eso de las 4.30. Sean felices.


domingo, 11 de diciembre de 2011

Inventarios de pánico.

"Los leprosos, más que cualquier otro tipo de enfermos, son para la sociedad medieval una especie de necesidad moral. Los mantiene aislados a una distancia prudencial porque son peligrosos, pero a la vez los conserva a la vista y les hace objeto de ciertas atenciones para forjarse una buena conciencia y proyectar y fijar en ellos, mágicamente, todos los males que pretende alejar de sí. Están a la vez en el mundo y fuera del mundo".
 Mitre Fernández. Fantasmas de la sociedad medieval: enfermedad, peste y muerte.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Las caras más bonitas que he conocido.

Música euskocubana, el gaztetxe con las fotos sobre el escenario (euskal presoak, euskal herrira), Mikel hablando de independencia y socialismo (porque no podemos construir un recipiente vacío, sonríe), Maite contándome del 72, la lluvia en el trayecto de herriko a herriko, Ziortza diciendo que bueno, que se queda a un pote, yo mamando vida.

Cuando ayer (esta mañana) fui a despedirme, me sentía más grande que nunca, como recién crecida. Odei me cogió pegada a su cuello y me dijo "muchacha, gracias por todo", respiración entrecortada y mirada que podría derribar edificios. Después me di la vuelta y bajé hacia lo viejo con Fran de Córdoba y Sergi de Barna, la Concha abriéndose de a poco con sus farolas sobre la arena. Subí al hostal, desperté a Héctor, desayunamos amanecer esperando un bus para Madrid.

Gracias por todo, de verdad, gracias por dejarme comprender.
Eskerrik asko.

miércoles, 30 de noviembre de 2011

Oda generacional.

 (A la mía, a la tuya, y a cada una de las valientes en esta Historia).


Anteayer, creo que fue, vine a darme cuenta de que iba vestida de mi madre. No disfrazada, o quizá no más allá de un disfraz social cuya única (y valiosa) misión es dibujarme a mí misma, sino vestida.

Hacía día triste y cansado, quizá por vómito mío, por el no-poder-más, y yo corria por Madrid con unas ojeras inmensas y mi cuaderno en la mano, la falda al viento subiendo de Plaza España. Es esa falda que está rota por mil partes, transparente casi, jirones de tela negra y un algo que supongo que antes sería rosa o morado o marrón cayendo hasta enredarse con mis botas las que no son botas, esas, las negras del lazo, las de hippie de mierda que dirías tú, hace dos años, mirándome con ansias y hablando de Cortázar. O quizá ese es el problema, que no llegaste siquiera a Cortázar.

No sé si llevaba boina. Supongo que sí, porque recuerdo que tenía el pelo horrible y no me había puesto las lentillas, y me sentía tremendamente absurda con las medias negras que no lograban taparme del frío tan acosador. Y el jersey que me ponía día sí día también el año pasado en el que creo que cabría yo una y otra vez, que tanto me gusta y que me compré cuando perdí el otro de color negro hace ya siglos.

Cuando me gasto me visto así, con ropa gastada. Con mi abrigo nuevo que tiene más de veinte años, de una pana negra gorda gordísima y un cuello atroz. Que los botones de madera son tan grandes que ya ni me pongo chapas. Y que es la cosa más progre del mundo, que cualquiera se pensaría que iba camino de una reunión o un mitin o una asamblea o algo, fíjese usted qué cosas. Con la bufanda tapándome la mitad de la cara (la otra mitad ya me la tapaba el sueño), salvo que yo nací en los noventa (taidós, taidós) y no tengo más remedio que repetirme que eso de los setenta, eso de los ochenta, eso de las barbas y los abrigos de pana, eso de las faldas largas y los panfletos en bolsos de cuero, eso del humo de los cigarros en una sala sin ventanas, eso del "no abras la puerta si no le conoces", eso, es un estado mental.

Porque estamos en 2011 (todavía, por poquito) y eso, eso (qué barbaridad), eso no son cosas de hoy en día. Porque en este siglo, como todas sabemos, no hay ansias, no, no hay necesidades, no hay revoluciones potenciales. Ni falta que hacen. Por mucho que yo me vista de mi madre.

viernes, 25 de noviembre de 2011

25 de Noviembre.

Si tocan a una, nos tocan a todas.
(Y la Revolución será Feminista, o no será).


miércoles, 23 de noviembre de 2011

Gira la vida.

Volví a mi pueblo. Allí todo sigue igual, como en cada una de mis visitas express, como si el tiempo lo evitara, como si los relojes se negaran a seguir avanzando al entrar en contacto con la primera de sus casas. Quizá es simplemente que a mí el reloj (el biológico y el otro, el de muñeca) se me rompió hace tiempo, pero Alex tiene más o menos barba y el pelo de Jeni parece más largo y Ana está más delgada (más) y David ahora tiene novia y Juanfran dejó el trabajo y el otro Alex cambió de gafas, pero el tiempo no pasa.

Es algo de lo que sólo nos damos cuenta Kike, que está estudiando Arquitectura en Valencia, y yo. Las tiendas abren a la misma hora y se habla de las mismas cosas que hace dos años. Salimos por los mismos sitios y los chismes son idénticos, repetidos una y otra vez en un comienzo de bucle que tiende al infinito.

Dicen que he cambiado. Que miro distinta, como más vieja. Que pienso más y parezco más convencida de todo, que estoy más seria, que puedo dar miedo. Yo sonrío con cansancio y bebo cerveza, sintiéndome una extraña en casa ajena. A los dos días me ahogo, siempre pasa.

Me gusta volver, ahora sí; al principio no, huía de esos viajes, corría en sentido contrario al del autobús en cuanto lo veía llegar a la Estación Sur. No podía soportar la monotonía y la capa sepia que inundaba todo, la Calle Mayor, el ayuntamiento nuevo en construcción desde hace cinco años, el parque municipal, la puerta del Urbano (quizá esto último sí, esto último sí me gustaba). Eran días perdidos, y después no lograba encontrarlos. Tampoco lo intenté nunca con demasiada fuerza.

Ahora, en cambio, una descansa y se siente más persona durante cuarenta y ocho, cincuenta, sesenta horas. Abraza a mamá, discute con mamá, vuelve a abrazarla. Como si el tiempo no me tocara. Como si la vida así con todo su significado se hubiera paralizado. Como si nada.

sábado, 19 de noviembre de 2011

He visto las calles.

El caso es que ahora no sé por dónde empezar; si decir que las facultades son como mastodontes dormidos o que la gloria sabe a sangre amiga.

Por la noche, los edificios palpitan de vida. No hay luz en las calles ahí donde acaba Madrid, ni coches junto a las aceras ni peatones por las vías. El transporte público no llega ya, es la estación fantasma de nuestros libros de niñas. Las facultades son como mastodontes dormidos, que palpitan, palpitan de vida. Bloques de cemento gastado y ladrillo agujereado durante la Guerra Civil, que se alzan con orgullo portando en cada una de sus columas la dignidad del vencido.

Por la noche, los edificios palpitan de vida. Una brigada de seguridad recorre diminuta toda Ciudad Universitaria, analizando con algo así como miedo cada ventana prendida, casa sonido extraño. Y en mitad de la noche, las hormigas trabajan: a las cuatro de la mañana, setenta personas se afanan en el vestíbulo de Geografía e Historia. Las hormigas son Víctor y Chavo bajando desde Filosofía para pedir silicona, compas, que hay que cerrar las puertas, María llamándome desde Medicina para avisar de que la tele está allí, Clara y Diego viniendo desde Ciencias porque les falta tela de pancarta; las hormigas son las docientas personas encerradas en el campus de Somosaguas, llamando para darnos ánimos; las hormigas son las valientes que han sacado la primera asamblea en la historia de la Universidad (hasta ahora) pública Rey Juan Carlos, soy yo subiendo a Filo a por palomitas porque Andrés tiene hambre, son las compas de la Politécnica preparando piquetes para las salidas del metro, son las 130 personas que retransmiten por internet la asamblea de Bellas Artes; las hormigas son las estudiantes de la Universidad Autónoma, que han logrado sentar el Rector frente a ellas de igual a igual, y las que entraron por la fuerza en la Carlos III y las que se dejaron los ojos y los todos manteniéndose despiertas hasta las siete de la mañana.

Por el día la euforia y el miedo terrible al fracaso de todo. Rafa diciendo que han logrado abrir las puertas de Veterinaria, Manu y Quique temiendo por todo, Isa con cuarenta horas encima sin dormir.

La gloria sabe a sangre amiga. Pero el día 17, sí, fuimos las estudiantes. La gloria sabe a sangre amiga, pero el día 17 quien quiso entrar a Madrid por la carretera de A Coruña tardó cuarenta minutos más que de costumbre, y la Castellana estuvo cortada antes y Gran Vía después. La gloria sabe a sangre amiga, pero qué gloria más tremenda, institutos y universidades al paso señalando a los culpables, subiendo después de once años a las escaleras de este Congreso tan impuesto y tan cobarde, marchando sin miedo, sin miedo frente a la ejerción de la fuerza más bruta. Tomando las calles y haciéndolo bien.

La gloria sabe a sangre amiga. A Víctor, a Adrián, y al resto de las que han salido esta mañana de los juzgados de Plaza de Castilla tras pasar dos noches en el infierno que es Moratalaz.

Y no sé por dónde acabar: si decir que las facultades son como mastodontes dormidos o que la gloria sabe a sangre amiga.


Si nos roban el futuro, bloqueamos la ciudad.
http://tomalafacultad.files.wordpress.com/2011/11/carta-estudiantil1.pdf


lunes, 14 de noviembre de 2011

¡A la Huelga, compañera!

LUNES 14 de NOVIEMBRE
12:00. Rueda de prensa en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense (UCM).
13:00. Acto informativo en la Facultad de Veterinaria (UCM) sobre la Estrategia Universidad 2015 y los motivos de la Huelga.
17:00. Asamblea General de la UCM en Ciencias de la Información.
19:00. Reunión Interasambleas de #Tomalafacultad en Ciencias de la Información.
21:00. Primera noche de encierro.

MARTES 15 DE NOVIEMBRE
13:00. Acto informativo Estudiantes+PDI+PAS en el metro de Ciudad Universitaria. ¿Qué es la EU2015 y por qué vamos a la Huelga?
20:00. Segunda noche de encierro.

MIÉRCOLES 16 DE NOVIEMBRE
14:00. Asamblea en la Universidad Autónoma de Madrid (UAM).
18:00. Charla Estudiantes+PDI+PAS+MareaVerde sobre los recortes de Educación en Madrid y la precariedad juvenil, Facultad de Filosofía y Filología (UCM).
19:00/20:00. Asambleas preparatorias de los encierros descentralizados en la UCM (Facultades de Medicina, Filosofía, Bellas Artes, Historia, Psicología, Ciencias de la Información y Biología), UPM (Escuela de Ingenieros Agrónomos), UAM (Económicas), Universidad Carlos III (edificio 15), Universidad Rey Juan Carlos (Campus de Vicálvaro), y Universidad de Alcalá de Henares (Facultad de Ciencias Ambientales).
21:00. Tercera noche de encierros.

JUEVES 17 DE NOVIEMBRE: HUELGA GENERAL EDUCATIVA
07:00. Piquetes informativos.
08:00. Cierre de facultades. Pasaclases masivos. Clases populares.
11:00. Manifestación en la UCM y sentada frente al Rectorado.
15:00. Piquetes durante el turno de tarde.
16:00. Salida del Bloque Universitario desde Ciudad Universitaria (UCM+UPM).
17:00. UAM, UC3M, URJC, UAH y Asamblea Interinstitutos se unen al Bloque Universitario en Nuevos Ministerios.
18:00. Llegada del Bloque Universitario a Neptuno.
18:30. Manifestación por la Educación Pública: LA EDUCACIÓN NO SE VENDE; SE DEFIENDE. Por unos servicios públicos de calidad, ¡no a la Universidad de la precariedad!

NADIE EN CASA, NADIE EN CLASE: ¡TODAS EN LA CALLE!
Compañera, ¡a la Huelga!


(Comparte, difunde, actúa).

domingo, 13 de noviembre de 2011

Seguir andando.

 Días como éste, de auto-quererse y enchufarse a la corriente. Me hacía falta sentir que de verdad merecía la pena.

sábado, 12 de noviembre de 2011

Traigan un médico.

Quería escribir algo de cuando era (más) pequeña. Lo recordé anteanoche, tumbada bocarriba en la cama a eso de las cuatro de la mañana. Anteanoche y bocarriba. Yo corría detrás de las palomas, no me gustaba especialmente hacerlo pero aquel día había otra niña que sí parecía disfrutar bastante. Para mí era mejor sentarme a mirarlas y acercarme despacito, despacito, a la que tenía más pinta de interesante. Abría las manos con cuidado pero ella siempre salía volando; son listas las palomas, nunca logré atrapar una. Mi padre sí, lo hizo una vez, y a mí se me abrían los ojos de sorpresa cada vez que me acordaba; me parecía algo bonito, las palomas le querían.

Yo iba con mi madre, que intentaba tirar de mí para algún lado que no fuera la barandilla de las escaleras de la Glorieta, de piedra y un metro de anchura, planita, planita, tobogán perfecto por el que mi entorno social llegaba a hacer colas de media hora. Mi abuela estaba también por ahí, creo; siempre ha "estado por ahí", es algo intrínseco a ella, como la sombra de la que no puedes despegarte pero que hace las mejores paellas del mundo. Y mi madre me cogió en volandas, me sentó en un banco, y me preguntó, muy seria: "¿Te sabes tu fecha de nacimiento, Julia?".

No sé qué edad tendría yo. Anteanoche era incapaz de recordarlo, me dolía demasiado la cabeza, pero sé con certeza que en aquel momento me sentí la persona más mayor del mundo, a la que le hacían revelaciones importantes. Entonces mi madre me dijo que eso del "dos del dos del noventaidós" era sencillo de aprender, como una canción. Me pasé meses preguntándole a mis amigas por su fecha de nacimiento, y desde entonces siento un resto de orgullo cada vez que pronuncio ese "taidós".

No sé a cuento de qué me acordé de esto.
Quizá es que estaba cansada, cansada como todo este mes monstruoso en que nos dejamos la piel cada mañana y cada tarde para conseguir no sabemos qué, para construir un algo que igual se nos desmorona en apenas una semana. Es esta necesidad de ternura constante dentro de un mundo crudo como el más gélido invierno, en donde nos rozan con raspadores metálicos y nos exigen cada vez más convicción en la nada, más capacidad de supervivencia, más levántate otra vez.

O quizá, simplemente, había leído demasiadas veces eso de oncedeloncedelonce, y la niña que hay en mí quería reivindicar lo del taidós, taidós.
En cualquier caso, me pareció bonito.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Aquellas manos.

Simplemente tengo ganas de algo que no es esto, lo siento, o quizá quiero construir un ideal tan idílico como falso, recuperar lo que no existió nunca por su parte pero que yo me creí como la idiota que soy. Y que, por una vez, esto también vaya por tu parte. Sólo que tú no eres tú, por mucho que yo trate de autoconvencerme. O al menos, no el tú que deberías ser en ese mundo perfecto, el tú que yo querría que fueses. Así que no sé. Quizá he metido la pata en todo, huyendo de ese sentirse sola, de ese rotar continuo de sábanas. Porque creo que no seré capaz de nada, de nada, hasta que no vuelva a sentir eso. Y es una putada, sí. Sobre todo para ti, supongo. No quiero refugiarme en algo que no es lo que yo quiero y tratar de cambiarlo a mi gusto, sería estúpido; eso de comprar el piso sin amueblar no funciona en estos casos, y a mí me gusta el mobiliario agresivo, que me arañe en la espalda y me deje rendida, que me sostenga, que me discuta, que me deje sin aliento. Mejor no autoengañarse, entonces. No eres especial (no para mí), mis debilidades están ahí y yo las conozco de sobra. Habrá que analizar la jugada.

(Aquel invierno no paraba de llover).

jueves, 3 de noviembre de 2011

Carta a mi padre.



Perdona por los quebraderos de cabeza, perdona por los disgustos, por las discusiones, por las decepciones. Pero es que me descubro tratando de pedir perdón, de verdad, perdón por todo que yo os quiero más que a mi vida, y simplemente no puedo. No puedo. No puedo, porque hay algo ahí, esa tozudez que nunca se me fue del todo, que quiere gritar que me dejeis caerme alguna vez. Que si tengo que llevarme el susto mejor ahora que más tarde, que algún día tendré que dar el salto (que sí, que en muchos sentidos ya lo he dado, lo sé) y que poniendo noes a mis ilusiones (a algunas, cuidado, no pretendo tergiversar nada) no conseguís absolutamente nada. Que no se puede querer todo, hacer todo. Bueno, ¿por qué no? Supongo que será algo de la maldita edad, pero si no pido ese todo ahora no lo pediré nunca. Que a todos les llegó el momento de demandar quinientas vidas, y yo simplemente tengo un vértigo inmenso que me impide desperdiciar nada.

Es el pánico eterno, ¿entiendes? Y ya sé que no hay que dejarse guiar por los temores, pero es como quien se tapa con la manta para protegerse del monstruo: no pierde nada. No soy tonta, sé lo que os supongo. Sé lo que os cuesto y no sólo económicamente, aunque si tengo la impresión de que la traba está ahí, por algo será; de alguna conversación habrá salido, alguien me lo repetirá al oído. Pero no, no me refiero a eso; sé los esfuerzos, sé los motivos. No pretendo ir de recién llegada. Sólo que en algún momento habrá que asumir que las opiniones son distintas y que en ciertas cosas (la responsabilidad personal está ahí; el criterio propio, también) paso a ser una persona autónoma, que no independiente.

Sé que este derroche de melodrama no suele hacer más que empeorar las cosas, pero es que soy idiota, qué se le va a hacer. Y sé también que en algunos puntos partimos de concepciones totalmente diferentes, lo que hace casi imposible llegar a las mismas conclusiones. Lo que me duele (que no te duela tanto, que no te duela tanto; ya lo sé, joder) no es un no concreto a determinado asunto, sino la convicción de que en una situación que no trae problemas a nadie y que puede, por el contrario, ser positiva (puede, vista tu antipatía) para mí (para mí), mi opinión quede completamente supeditada a la vuestra. Mi opinión, mis ganas y mis todo. Que seré una ilusa, ingenua, idealista de palo y todo lo que no hayas dicho para que no lo "malinterprete", pero mira qué te digo, en la crudeza del asunto soy realista y de verdad que creo en lo que hago. Tanto peor para mí, tanto mejor para todos.

Piensa lo que quieras. A mí sólo me queda daros las gracias por todo lo que habeis hecho, de verdad, que no soy (tan) idiota como para no verlo. Y pediros que aunque no compartais mi postura, la entendais, por favor, que supongo que de algo os suena. Al fin y al cabo, no soy más que lo que fuisteis vosotros. Y a veces me siento tan atada a vuestras opiniones; que si a te te dolería que fuera a algún lado sin vuestra aprobación, imagina lo que me duele a mí el tener que decir que no. Y da igual, que no es cuestión de un caso concreto.

Os quiero muchísimo.

martes, 1 de noviembre de 2011

El único camino.


Ahora sí, ahora sí que sí. Que si no, cuándo será; que si no nosotras, quién lo hará. Y que el ser consciente de que esta vez no nos estamos sumando a nada, no estamos apoyando nada, es algo que realmente da mucho miedo. Porque lo que estamos haciendo lo estamos construyendo así, de la raíz, y somos nosotras y nuestros errores las que haremos lo que haya que hacer. Esta semana es Manu hablando de barricadas y Miguel respondiendo que no, que no somos tantas, y viajes express a Sevilla con Olmo cantando a voz en grito y yo al volante durante horas, dejando atrás reuniones eternas. Estudiante, a la huelga. Y el 17 de Noviembre ahí tan presente, ya, ahora. No estarás sola, siempre habrá quien se parta en dos en cada despedida. En tiempos difíciles, estrella polar, me comen por los pies los nervios y las responsabilidades. Y esa presión de la Historia, de la Historia con mayúsculas que estamos haciendo lo queramos o no, y yo que me repito y esa maldita conjunción copulativa que se niega a irse de mi teclado. Sólo que no llego a hacerme a la idea; demasiada carga para una sola espalda, me temo. Y hace tiempo que dejé de pensar.

Pues eso. El jueves, a la una, en el hall. Y después encierro en Educación. Y mañana a las siete en Periodismo, para preparar la huelga. Y en el encierro, a las ocho, reunión de coordinación intercampus. Y, y, y. Que la lucha está en la calle.

jueves, 27 de octubre de 2011

Invéntate el final de cada historia.

De entonces no me queda nada, sólo pequeñas batallas que antes creía ganadas, que perderé mañana... Madrid era una hoguera y nosotros incendiarios, aullando a la noche como lobos solitarios.


Creo que no hay absolutamente nada en el mundo a lo que tema con más fuerza que al paso del tiempo. Llamadme cómoda, decid que vivo bien, que no tengo, de momento, que pelear por comer día a día. Bueno, cada sueño tiene sus condiciones de posibilidad.

El caso es que yo estoy llorando ahora como una idiota (sí, de nuevo, qué novedad, maldita cría), y no llego a dilucidar si sé o no sé y si aprecio o no lo hago en absoluto. Qué pasa si de pronto descubro que no, que nunca viví lo que pude, que nunca amé como quise. Qué tipo de existencia sería esa.

Es este desastre de edad; esta jodida época que tiene que ser la síntesis de todo y de nada, con la presión constante de los testimonios pasados y los miedos futuros. Quizá la construímos para tener en dónde escondernos dentro de veinte años, qué sé yo, pero la constancia de que se pasa (se pasa, se pasa, se pasa) sigue ahí sobrevolando mis lágrimas y se niega a disolverse por más que la riego con argumentos serios y frívolos.

Y ese acabar la carrera ahí tan presente, y ese otro con eso no se acaba nada plantándole cara, que no tengo muy claro si es que no le quiero siquiera hacer caso o que su simple presencia no me genera más que risa estúpida. Risa estúpida. No sé si quiero crecer.

Pero es que estamos perdiendo tanto. Estamos luchando tanto y creando tanto, y huyendo tanto y soñando tanto, que los días se pasan casi sin verlos. Y eso me da miedo. Muchísimo miedo. Que tengo esa edad que se quiere siempre, joder, que la tengo aquí y ahora y siento tanto pánico de perderla que no sé muy bien cómo tratarla.

martes, 25 de octubre de 2011

La necedad de vivir sin tener precio.

 Yo quiero ser a la zurda más que diestra.

"Me vienen a convidar a arrepentirme, me vienen a convidar a que no pierda, me vienen a convidar a indefinirme, me vienen a convidar a tanta mierda".
(Yo no sé lo que es el destino, caminando fui lo que fui).

lunes, 24 de octubre de 2011

Anda, quítate las flores y las trampas.

Hoy es uno de esos días que de lluvioso casi parece tímido. El día de hoy amaneció remolón, dando vueltas en la cama aferrándose a las mantas, y se niega a hacer cualquier cosa que no incluya libro, taza caliente y calcetines blanditos. Es un día para no salir del cuarto, aquí entre cuatro paredes y con Silvio cantando, el ron tentándome en la estantería y Sargón de Akkad, Rey de las Cuatro Religiones que unificó Sumer por vez primera.
Hoy es uno de esos días tan nostálgicos que no me importaría volver a escuchar Anda, aunque te me incrustaras en el estómago y como en las calles de Granada todavía me dolieras un poquito, un poquito, porque hoy es uno de esos días. Uno de esos días en los que puedo recitar los nombres de cada una de las personas que conforman este Madrid cada vez más mío y más cálido, manta de abuela que te arropa, que te arropa hasta ahogar.
Hoy es uno de esos días, sí, que se cree capaz de cualquier cosa. Que evoca glorias pasadas pero también compañeros y compañeras presentes, hombros amigos que se apoyan al tuyo a la hora de crear, de construir, de amar. El día de hoy es Odile hablando de poesía, Alba e Irene limpiando su cuarto y Jordi viniendo a hablar conmigo de cualquier cosa. El día de hoy es un encierro en Filosofía y Teresa preparándome leche caliente con miel, Marcos leyendo Público y pasando después al ABC, Iván contándome de la carrera, Carlos invitándome al Círculo de Bellas Artes, Pablo y Alejandro intercambiando objetivos y haciendo fotos en el rastro, Manuto y Edu discutiendo de reformas en educación en las escaleras de la facultad, Chuspi y Clarita haciendo malabares, Ángel llamando a mi puerta, Cristina hablando de Barcelona, y Madrid, Madrid toda, Madrid ella, dándome un abrazo de lluvia y jerseys mullidos.


miércoles, 19 de octubre de 2011

Y me ha pillado metiéndote mano.

Pudiera ser que a mi estómago no le pasare más que lo que yo quiero (o querría) que le pase (pasara), y que realmente ese órgano extraño y asqueroso al que echamos la culpa de todo no haga más que conexiones neuronales erróneas, ya está. O quizá sea todo placebo. Pero creo (creo) que estoy feliz.


lunes, 17 de octubre de 2011

Yo no estoy indignada.

¿Sabes? Estoy cansada. Y no sé qué coño hacer con mi vida y he escrito esto mismo ya mil veces, y supongo que imaginas que ahora estoy llorando, jodida estúpida. Porque esto parece un cuento de ciencia ficción o aquella serie que yo veía hace años, en la que morías al cumplir los veinte. Y luego me hablan y ya no sé si voy de víctima o si simplemente no puedo más, no puedo más, con el doble discurso y la mierda personal a cuestas, que se me ve tan dura pero soy la más débil de todas.

¿Sabes? Tengo miedo. Tengo tanto, tanto miedo de quedarme sola y sí, sí, eso tampoco es nada nuevo. Pero necesito decirlo, necesito decirlo aunque no sepa muy bien a quién porque si no me rompo, y la verdad es que en mi cuarto no cabrían más pedazos de viejas glorias. Que igual sólo necesito ternura (así, con el "que" delante), sólo eso, para verlo todo un poquito más bueno o más cierto o más algo, lo que sea pero algo, por favor, y el caso es que no llega. No llega.

domingo, 16 de octubre de 2011

Todos los días sale el Sol.

O eso dicen. Supongo que tendré que creérmelo.
Después del desencanto de la manifestación, nace un nuevo CSO en Madrid. Como dice Natalia, me habéis salvado el 15O.

sábado, 15 de octubre de 2011

Papá, cuéntame otra vez.

¡A la calle, a la calle! Que no se trata ya de hacer justicia ni de recuperar viejas estructuras caducas, que nuestros derechos jamás se conquistaron a golpe de cacerolada y que va a hacer Sol, joder, qué más da. ¡A la calle, a la calle! Que me duele el estómago de pensarlo y no sé si mencionar esa palabra que es la Historia y que tanto miedo da. ¡A la calle, a la calle! Que si hay algo que aún no hemos asumido es que somos todas, hasta aquella que no lo sabe todavía y que reniega de la lucha, las que tenemos el poder en nuestras manos. ¡A la calle, a la calle! Que me queda grande eso de "ya ha empezado" pero a la vez me resisto a creer que mañana no se vaya a invertir algo. ¡A la calle, a la calle! Que si somos las de abajo contras las de arriba esto es la izquierda que no lo sabe, lucha de clases encubierta tras la renovación de discurso. ¡A la calle! Que son muchas horas, muchos días, muchos meses, demasiados años de rebosar el vaso como para resignarse a dejar pasar semejante oportunidad. ¡A la calle, a la calle! Que se me retuerce aquí, aquí, y hay alguien follando arriba pensando quizá, quizá, en parir un nuevo mundo. ¡A la calle, a la calle! Que si sueñas serás libre en sueños, pero si luchas, serás libre en vida.


15 de Octubre, y hasta enterrarlos en la mar.

lunes, 10 de octubre de 2011

Poemas y charcos.

Que me quiera así: malhablada y malsonante, burda y sensible como una niña tonta, impulsiva, paralela, mentirosa compulsiva, en continua auto-(de)construcción, retraída y expansiva, voluble en alguna especie de firmeza destructiva, nostálgica idiota y obsesiva. Que me quiera así, sólo eso.

Que tenga la palabra justa, el insulto a mano, el abrazo en la punta de la lengua para recordarlo cuando convenga. Que me lleve en coche cuando ya ni él pueda andar y que me advierta cuándo me estoy pasando. Que me emborrache y que se deje besar en la mejilla mientras le revuelvo el cabello tendida sobre su hombro.

Que me llame cuando necesite un brindis para desahogarse poniendo a parir a quien haga falta. Que se deje recorrer kilómetros para ir a verlo, que recordemos viejos tiempos, que haya vivido a mi lado y que siga ahí en la distancia tan próximo como siempre. Que me mire a los ojos para darme las gracias y que me mire a los ojos para mandarme a la mierda. Que me robe cerveza. Que quede conmigo y me espere ahí, solo en la barra, ojeando alguna revista mientras charla con el camarero. Y que
ante todo
me quiera.

Porque amigos, lo que se dice amigos, hay muy pocos por el mundo. Y yo lo tengo a él.

jueves, 6 de octubre de 2011

Pongamos que te pongo y tú me pones.

(Y a solas, me busco la muerte en cada lavabo).


Tengo dos cuadernos abiertos sobre la mesa. El uno es de rayas y lo compré en Portugal, el otro está lleno de apuntes y me lo regaló alguien frente a la casa de algún pintor flamenco, no recuerdo ya. Me acabo de quitar los zapatos y el tacto de las medias se siente extraño, se escurre entre los dedos de los pies.

Me gusta descalzarme casi tanto como desnudarme. Y en uno de los cuadernos hay notas y más notas, e intervenciones en asambleas y órdenes del día, listas de la compra, conclusiones, impedimentos políticos, que es una palabra tan repulsiva como bonita. El cuarto está en penumbra. Lo prefiero así, la misma luz mortecina de día que de noche, con la cortina corrida que Alex dice que da ambiente de prostíbulo antiguo. La Folie Baudelaire, quizá. O puta barata de barrio. Un atril en la plaza.

No se oye bien por el teléfono. Eso me pasa por aborrecer la luz eléctrica, pero es que cuando enciendo velas las sombras se mueven y es todo mejor y hasta parece que me estés abrazando. Aunque sea mentira.

Ahora todo es más difuso, o más claro y más agotador, pero el salitre sigue estando ahí. Es el mismo trasfondo y yo sigo bebiendo ron mientras me ahogo de angustia. Aunque los libros son bonitos, creo. Y si algo puedo amar, amaré eso.

Mi armario está entreabierto mientras gasean estudiantes en Chile, mientras me pierdo aquí dentro, mientras detienen manifestantes en Barna, mientras me bajo las medias, mientras llueve allá en Gaza y en cada barrio llora gente que no sabe ni la mitad de lo que pasa. No sé si reír y ser joven o gastarme antes de tiempo. No sé de qué va eso de gastarse y me da miedo.

Escribo para no pegarme un tiro en la nuca. Eso leí en un poemario que me descubrió un amigo. Y la verdad, ya no sé qué pensar.

martes, 13 de septiembre de 2011

Ready for 15th October.



"Y en la calle se hace un gran silencio,
pero si escuchas bien oirás un crac.
En toda España solo suena un crac.
En occidente solo se oye un crac.

Y si esto no es el fin,
si esto no es un final, entonces
es la bomba que va a estallar.
Es una bomba y va a estallar."

martes, 6 de septiembre de 2011

Envejecer.

Es un arrugas de preocupación y un gesto sombrío que ya no se me va ni se me irá nunca.
Es un comportarme como una puta niña mal de la cabeza, porque me conoces, sabes que soy así, pero frenar de golpe y utilizar palabras de más de tres sílabas durante horas de discusión.
Es un entender las referencias pictóricas de las crónicas literarias y viceversa.
Es un ser consciente de las cosas, así, de golpe, que se me vienen encima incluso cuando me duele gastarme cinco euros que no tengo en una camisa que necesito.
Es un llorar por las noches y un sentir el sexo como parte intrínseca de mi vida y un pavor horrible a quedarme sola por el resto de mis días.
Es un ser consciente de mi cuerpo y pasar aleatoriamente de asustarme a la autocontemplación a la curiosidad al orgullo escondido y a la vergüenza, ambos a la vez.
Es un tener que pensar lo que dices porque ahora, oh, ahora te hacen caso, y eso impone, impone mucho.
Es un abrir la boca para hablar y darte cuenta de que la gente se calla y te toma en serio, y sobre todo que eso, más allá de la realización personal, va a tener consecuencias reales en el mundo físico.
Es un miedo insoportable, un miedo insoportable al tiempo que se escapa entre los dedos.

sábado, 3 de septiembre de 2011

La edad del porno.

He tenido heridas en la espalda. Heridas que no cerraban, que se empeñaban en no citatrizar y que volvían a abrirse cada vez que me agachaba. Heridas justo ahí, a la altura de la vértebra que sobresale, esa que se interpone entre ti y el suelo cuando te arrojan a él con demasiada violencia. Te quieres morir, matar, romper en dos, desgarrarte la piel tú misma y desgarrársela al otro, a la otra, descarnarte tira a tira si eso te hace sentir el dolor más intenso. He tenido las rodillas desgarradas, sangre en los labios y uñas clavadas.

Me han tocado con algodón. Suave, despacio, flotando. Casi sin rozar. Una palma, otra. A un centímetro de mí, cobertura exterior de doble capa que rodea tu cuerpo como las sábanas de satén cuando duermes desnuda. Aire que respiras. Te respiran, te respiran poco a poco y desaparece el centímetro, y entonces es una lluvia y no tocas piel sino agua, agua y pelo mojado y ojos que lloran y alma que habla. Un pie en algún lugar, ahí, perdido, un cuadro de Picasso. Mi cuello, su cuello.

He estado sola. Manos abiertas y ojos cerrados. La pintura del techo es blanca, blanca. Y yo no pienso en nada.

Me he desahogado. Hola, adiós. Gracias.
Se han desahogado.

He querido y me han forzado, me he dado cuenta y lo he evitado, me acuerdo, me olvido, complazco, exijo, asiento, disiento, suspiro, sonrío, me mato.

lunes, 29 de agosto de 2011

El tiempo pasa (nos vamos haciendo viejos).

La cosa es ese estar ahí, ese mírame soy la mujer en medio del charco de hombres, esa foto que ahora miras y sonríes, y sonríes pensando que te hará llorar dentro de veinte, dentro de treinta años cuando ya no quepas en esa blusa blanca ni tengas fuerza para levantar el puño, y te despiertes a las siete de la mañana pensando en qué momento se jodió todo, cuándo dejaste de hablar de materialismo histórico y de beber pilas de libros para pasarte al lado de la alineación, esa foto que ahora miras y sonríes, y sonríes porque te cuesta reconocerte en esa masa de pelo rizado, te cuesta reconocerte en esa sonrisa y en esa mirada, te cuesta reconocerte en la soltura con que tus hombros parecen portar el abrigo, sujetándolo como si nada, te cuesta reconocerte en esa mujer, sí, mujer, y piensas que más bien parece así, en blanco y negro, una fotografía gastada de ese otro mayo, el de hace hoy cuarenta y tres años, que así con letras da incluso más miedo, y que la chica del medio bien podría arrancarse a hablar en francés.

O quizá no. Quizá lloras y no sonríes, añorando eso que está pasando en este mismo momento mientras sostienes la foto, eso que lleva pasando desde hace tres meses y que no sabes bien, nadie sabe bien, si está pasando de sucediendo o de acabando, pasar como derrota inercial o como contiloquio de mil acciones que da pereza enunciar, y efectivamente la mujer de la imagen podrías no ser tú sino esa otra que lee en periódico en el barrio latino de París o en las calles revueltas de Santiago de Chile, y te preguntas (de ahí las lágrimas) qué será de ti en un futuro si ya ahora te cuesta reconocerte, si ya ahora sufres ese echar de menos que debería tardar quince años en aparecer, al mirar entonces la foto y pensar si la que ahí sonríe no es más bien una anarquista griega o una estudiante egipcia, mientras lees a Sartre y a Tolstoi y a Thoreau y a Lautréamont y a tantos otros que ahora desconoces y cuyos nombres eres incapaz de pronunciar, mientras piensas en el dolor de ese auto-construírse como reflejo o resorte de la construcción exterior, mucho más ardua y mucho menos contradictoria que la de una misma, que la de la muchacha que eras y la mujer que eres.

La foto está movida, te das cuenta ahora.

lunes, 18 de julio de 2011

75 años de vergüenza.

"Somos lxs nietxs de lxs obrerxs que nunca pudísteis matar" (Evaristo, LPR).


viernes, 8 de julio de 2011

La Bohème.

Se mira en el espejo y sabe que cualquiera querría follarla. Así, sin más, porque para qué hace falta más. El problema es que no sabe dónde buscar a ese cualquiera.

Está tan bonita como sola, se ponga lo que se ponga. Con su moño de bailarina, su cuello de ciste y sus labios rojos de puta barata. Y un vestido negro que meti
ó en la maleta no sabe para qué, si total, no iba a tener nadie ante quien quitárselo.

Tiene la cara manchada de rímel y un agujero en las medias. Tira de la rejilla con fuerza, agrandando la carrera. Y se quita el pintalabios a golpes de rabia mientras se dispone a meterse sola en la cama.

domingo, 3 de julio de 2011

Ahí te quedas, Madrid.

Madrid decía adiós por la ventanilla, pegando las palmas de las manos al cristal tan fuerte que las uñas iban separándose poco a poco de la yema de los dedos, despacio, despacio, mientras todo se mojaba regado por las lágrimas de no creer, de no entender. Madrid se encogía en el asiento, sí, sin querer mirar de reojo a la compañera de viaje ni estirar las piernas ni tumbar el reposacabezas, no, porque el tiempo había pasado demasiado deprisa y ahora sólo se podía apretar los puños y cerrar los ojos con rabia, hasta que párpado y pupila se incrustan y el cerebro crea la falsa sensación de estar viendo parpadeos blancos sobre fondo negro.

Madrid necesita tiempo para asumir lo que ha vivido este año. Tiempo para entender los fracasos estrepitosos y las pequeñas victoras, para asentar lo aprendido y removerlo mucho por dentro (que no, que no, que no se quede sentado), para sonreír despacito recordando paseos nocturnos y abrazos y comisuras traviesas y pelos al viento y gritos al aire y gafas rojas con el metro de Londres y manos y fotos y sofás negros y conciertos y ritmos en la pared y cervezas en la terraza y comidas en el Retiro y disfraces de carnaval. Y llantos, y carreras y orgasmos y besos, y amigos.

Madrid quiere ponerse música de pensar, cerrar los ojos desnuda sobre un colchón e ir ordenando cada uno de sus recuerdos para llegar finalmente a aceptar que son reales. Madrid se encoge, se encoge, tan frágil como un espejo del Barbieri, tan fuerte como una inmigrante en Lavapiés. Y apoya la cabeza en el cristal, sin saber si mirar o no a la ciudad que se queda detrás.

Ah, no, espera. Que soy yo la que va en el bus.

lunes, 27 de junio de 2011

Dinosaurio.

La desnudez es violenta por lo que tiene de íntima, por las verdades que escupe, por la imposibilidad de esconderse ante lo evidente. Desnuda desaparece la apariencia, reaparece la persona. Y todo el mundo es, de pronto, normal (la señora duquesa no tiene piel de visón, no, ni el chaval que bebe ahí en la acera lleva la riñonera pegada a la entrepierna; tú y yo, al fin y al cabo, podríamos ser yo y tú).

No molesten, señores, señoras. Que quien se encoje en el sueño trata, por fin, de desnudarse en público. Que quien sueña la realidad trata, por fin, de desnudar al público.

(Cuando despertó, el campamento todavía seguí allí).

domingo, 26 de junio de 2011

Y una mierda.

No te das cuenta, pero cada jodida cosa que hacemos es para complacerlo a él.
Por mi parte, se acabó. Del todo.

(No hay ni una foto que hable de él en tu álbum).


domingo, 19 de junio de 2011

Sin aliento.

No puedes. No puedes pretender mirarme así, sonreír con esa maldita mirada tuya de infancia atormentada, y pasar a preguntarme. No puedes describir lo que te gusta. No puedes creer que yo no me muero, no me diluyo, no me rompo de placer tratando de recordar al llegar a casa. No puedes hacer como si nada, como si no entendieras. No puedes apartarte el pelo de la cara de esa manera, joder, no puedes. No puedes dar besos en el cuello, no, ni abrazos por la espalda ni lecciones de experiencia. No puedes alardear de nada. No puedes hablar con voz quebrada. No puedes disertar de ésto, y de lo otro, con gesto serio y conocimiento de todo. No puedes afirmar que te encanta y quedarte en nada. No puedes dejarme así.

Capullo.

martes, 26 de abril de 2011

Qué violenta es la esperanza.

"Hay que intentar explicar por qué el mundo actual, que es horrible, no es más que un momento en el largo desarrollo histórico, que la esperanza ha sido siempre una de las fuerzas dominantes de las revoluciones y de las insurrecciones, y cómo todavía siento la esperanza como mi concepción de porvenir".

Jean Paul Sartre.

viernes, 22 de abril de 2011

Ni putas ni sumisas.

Cada vez que te leo me entran ganas de ansias. De hacerlo todo con menos cuidado, que últimamente parece que mimo demasiado las cosas, míralo, ahí está, otra vez vuelvo a hacerlo. Me entran ganas de follarme a la vida así, con fuerza.

Cada vez que te leo me entran ganas de vivir. De sentir y de arañar, de tener heridas en los rabios y rasguños en las piernas; marcas rojas en la espalda.

Cada vez que te leo me entran ganas de que se me salga el corazón del pecho, joder, de inmolarme y desgarrarme por dentro. De amar y de odiar; me entran ganas de tener ganas. Sin más.

Cada vez que te leo a vos, me violan el alma. Que lo sepas.

Te quiero, Ché.

domingo, 17 de abril de 2011

¿Y qué hay del tiempo?

La chica, qué digo, la mujer, me mira sonriente desde una fotografía ya gastada por el tiempo. Lleva el pelo al viento, moreno, moreno, y un vestido corto que deja ver el recorrido de las clavículas por debajito de su piel. Sonríe, sonríe mucho y se abraza a la amiga, esa eterna figura que debería aparecer en todas las imágenes que valen la pena. Tienen veinte años y el cabello manchado de arena, y hacen equilibrios sobre una barandilla blanca que separa la calle de la playa. Como si el mundo existiera solamente para ellas.

El olvido del amor se cura en soledad, gritan los altavoces, y yo paso la página para contemplarla de nuevo a ella, tan joven, tan guapa, tan viva y tan todo. Que, tirada en un tramo de césped, huye desesperadamente de las cosquillas de dos chicos y la amiga, la de siempre, la de antes. La misma que llamará en media hora para ir a tomar unas cervezas, que hace tiempo que no nos vemos y hoy estoy por la ciudad, ¿qué te parece?

Hay un periódico abierto en mitad de la mesa. Miles de chavales, "jovenes estudiantes" o "alborotadores antisistema", según el medio que los retrate (que nos retrate), corean consignas en una imagen de media página. "La Juventud Sin Futuro, indignada, se levanta contra el ninsmo", reza el titular. Y yo paso la página del álbum para encontrármela de nuevo a ella, puño en alto e inmersa en una marea humana que fluye por las calles de ese Madrid tan mío, tan suyo, tan nuestro.

Vértigo, que el mundo pare, qué rapido se me hace el viaje. Tengo miedo de que pase el tiempo y me dé cuenta de que no he aprovechado estos años como debería. ¿Por qué cuando miro fotos de mi madre me reconozco a mí en ella?

viernes, 18 de marzo de 2011

Perdón por los bailes.

"Eres dura, tú". Y así, de golpe, me doy cuenta de que últimamente sólo escribo sobre mí misma. Se me enciende la alarma sentada sobre la mesa, mientras él se esfuerza por hacer bajar por su garganta un trago de ron que acaba de pegarle a mi taza de Mafalda. Y mientras la niña de pelo moreno, idéntico al que luzco yo ahora, gira con rictus amargado el dial de una radio de mesa (como la de la cocina de casa, que mi madre encendía todas las noches para cocinar, aunque no le gustara lo que contaban en ese momento), mi mirada se posa apenas un segundo sobre la portada de un periódico que anuncia algo relacionado con el espacio aéreo de Libia, mierda de mundo.

Después me encojo de hombros y le arrebato el vaso de entre las manos, sosteniéndolo entre las mías como si de café caliente se tratara. De fondo no se oye más que música de un bar cercano, mezclada con preguntas borrosas de algún juego de preguntas, de esos que tratan de emular a la vida solucionando todos los problemas mediante un test de tres opciones. Bravo, ganó usted la ficha naranja.

Yo no sé dónde está mi quesito marrón, sinceramente, ni el azul ni el verde ni ninguno de ellos. Quizá debería dejar de beber por las noches, cesar con este martirio continuo que me hace sentirme mal conmigo misma, preguntarme si quizá no soy sólo una jodida hipócrita más, si no sería mejor dejar de creer que creo algo para simplemente sonreir a la tristeza. Y así, de golpe, me doy cuenta de que últimamente sólo escribo sobre mí misma. De los momentos buenos y de los malos. Aunque también es posible que tiempo atrás hiciera lo mismo, que sólo ahora me dé cuenta.

Pero hoy, hoy había césped. Pero hoy, hoy hacíamos Sol.

sábado, 12 de marzo de 2011

Ponme la mano aquí, Macorina.

Te prometo que cuando llegué aquí no pensaba emborracharme. Pero ahora he abierto la botella, fíjate tú, y no tengo ganas de echarle cocacola y no puedo parar de pensar en la otra noche, esa en que después de cinco meses volví a estar viva.

He abierto la ventana, a pesar de que sé que al otro lado no hay más que noche. Noche mojada: como en todos los momentos importantes (o deprimentes, qué más da, o de euforia comprimida), el cielo está llorando. Y yo me castigo harta de repetir las mismas imágenes, los mismos sonidos, las mismas palabras, en un esfuerzo inútil de superación personal, de catarsis vital.

Me dedico a perder las tardes. O a ganarlas, qué más da. Quizá es que existe una seguridad más allá de los abrazos, que solo la lluvia y las trompetas pueden proporcionar. Y el ron de caña. O eso, o hace tiempo que perdí el juicio y vivo cuerda en este mundo de locos ("me gustan locas, porque las cuerdas atan").

Algún día escribiré de liberación sexual y de las pintadas de los muros de mi facultad, supongo. Y de (tus) manos palpando mi (tu) cuerpo, y de que el sexo vacío es un maldito colador repleto de agujeros (va, venga, haz la broma ahora), y de todas las jodidas necesidades emocionales, que al fin y al cabo son las únicas que merecen un esfuerzo por ser sosegadas,

Me gusta la palabra sosegar. Me sosiego tras caer dos metros en picado sujeta a la nada por telas naranjas y moradas, tras un orgasmo cierto o fingido, que si no es por necesidad puta (sí, necesidad pura y puta) sino por sentimiento, acaban siendo igual de bellos. Me sosiego tras quemarme la garganta y tras pasear desnuda por donde no debería; me sosiego tras arañarte la espalda o llorar muy alto o dar vueltas descalza cantando en mitad de la calle, rápido, rápido; me sosiego tras comprobar que me juzgan por lo que saben que soy y no por lo que llevan años creyendo saber.

Te prometo que cuando llegué aquí no pensaba emborracharme.

lunes, 7 de marzo de 2011

Toca otra vez, viejo perdedor.

Comienza su turno a las dos en punto. Entonces se sienta, se alisa el traje negro (camisa blanca), enarbola una sonrisa seductora y dirige las manos al piano. A su alrededor, aristócratas arruinados y señoras con abrigos de falso visón beben wishky caro en un intento desesperado de negar el presente. Y yo me pregunto qué le llevó a él, que difícilmente habrá cumplido los treinta años, a maltratar a Sabina en semejante agujero, con el pelo engominado y la mirada vacía de nada.

Me dan miedo los mundos que se esconden tras las personas. Y a la vez, nunca hubo nada que me atrajera tanto.

sábado, 5 de marzo de 2011

Noches de cristal.

Fuera hacía frío. Fuera llovía, durante ciertos momentos llegó a nevar; fuera, el viento arrastraba las hojas secas producto de un falso otoño en el tardío mes de febrero, obligaba a las viejas encinas a inclinarse todas en la misma dirección, reflejo gastado de la sociedad de este nuestro primer mundo, hacía bailar en la nada danzas invisibles a los cabellos de los enamorados que paseaban por el parque cogidos de la mano, evocando un romanticismo decimonónico que nunca recordó tiempos pasados sino presente y ahora y abrazos y abrigos y chimeneas, y piel.

Sin paredes, sin refugios, el mundo de allá fuera se asemejaba al vacío. Planicie infinita, porque qué más dan los árboles (madera viva) y los bancos (madera muerta y barnizada) cuando el tiempo clama. Que cuando el suelo está mojado, mojado, y en el aire no se oye nada, solo queda enredarse entre mantas de lana con alguien a quien se ama de verdad, o condenarse al abandono, soledad en el vacío.

Fuera hace frío. Quizá si ella estuviera allí se sentiría así: sola en el vacío. Pero ahí dentro, dentro de sí misma, todo es distinto. Y ya no nota el rocío de la hierba traspasando su vestido, ni sus manos congeladas, el gorro calado, los pies azulados, no. Solo está el calor interior, que le sale del estómago y se extiende por todo, lo abarca todo. Y ya no hay vacío, ya no hay nada. Que fuera los enamorados se abrazan, sí, pero dentro, dentro su corazón late. Y cree ella, ingenua, que eso es más importante.

viernes, 25 de febrero de 2011

No necesita más!

- Perdone, ¿tienen tetas de mentira?... Pechos de plástico, digo.
- Oiga... ¿hachas de leñador?
- Mire, es que estoy buscando una peluca de rizos, pero que no sea de chica, así como... Bueno, ¿usted conoce al guitarrista del los G'N'R?
- Estas babuchas... no las tiene en morado Aladín, ¿verdad?


Me encanta Carnaval.

lunes, 21 de febrero de 2011

Celebración de la voz humana / 1.

Los indios shuar, los llamados jíbaros, cortan la cabeza
del vencido. La cortan y la reducen hasta que cabe
en un puño, para que el vencido no resucite. Pero el
vencido no está del todo vencido hasta que le cierran la
boca. Por eso le cosen los labios con una fibra que jamás
se pudre.

Hoy, me han regalado El Libro de los Abrazos.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Pero esta vez no era yo.

"¿Sabes? Siempre me gustaron las mujeres en las ventanas. Una vez hice un trabajo sobre ese tipo de escenas en películas". Y yo estiré un poco las piernas, deslizándolas sobre la cama, sonriendo permisivamente y haciendo como si no hubiera oído nada mientras contemplaba cómo caía el agua fuera en la calle.

"A mí me gusta la luz en el agua: no la luz ni el agua, sino cómo se refleja la una en la otra", respondí al cabo de unos minutos. "Es más bonito conforme se hace de noche", "Como casi todas las cosas", murmuré. Y después él rió, y yo me sentí estúpida, como casi siempre, fuera de lugar.

Al otro lado del cristal llovía. "La gente corre cuando llueve", musité para mí misma, con el mismo tono de niña que cuando señalo en voz alta el color verde del césped, tan vivo, que transmite ganas de rodar por él o de mancharse de rocío; con el mismo tono idiota que cuando comento que la chimenea de casa de mis abuelos calienta las manos, fíjate, conforme las acerco me siento mejor, y alguno de los autodenominados adultos de mi familia me miran con gesto preocupado, Julia, crece de una vez; con el mismo tono ingenuo que aquella vez que le pedí a ese chico del metro: por favor, quítate los cascos, que la mujer está cantando para poder comer y a mí me entran ganas de llorar.

"Deberías escribir un libro con ese título". Y yo trato de borrar todo lo que me pasa por la cabeza, aquella noche cerca de Ópera con la falda calada pégada a las piernas, a sus piernas; el llanto que me regaba por dentro en las tardes de verano, cuando no podía más y pensaba que quizá nada merecía la pena; los paseos por Mánchester cuando salía del trabajo y me sentía más sola que nunca, por muy acompañada que estuviera de abrazos vacíos; las gotas que resbalan por el cristal de la ventanilla mientras abajo me dicen adiós con la mano; el echar de menos un hombro amigo con el que acurrucarte bajo una manta, taza de café en mano. Y sonrío.

"Quizá algún día... Tengo bastantes cosas escritas sobre la lluvia".



Bañada en salitre
flota en la memoria de los días grises
fumo en la ventana
veo tu silueta sobre el arrecife.

domingo, 13 de febrero de 2011

Disneylandia.

Lo siento.
Sé que esas dos palabras no os sirven de una mierda, y asumo que tenéis todo el derecho del mundo a esbozar sendas sonrisas irónicas y comentar jocosamente que vaya, pobre ella que lo siente y no hemos sabido comprenderla. Pero a pesar de todo, es verdad. Tan verdad como que no puedo deciros más ni tengo tampoco derecho a ello; tan verdad como que cada vez que pienso en lo que sin querer y sin percatarme siquiera, actuando como una estúpida inmadura, os he hecho, me parto por dentro en dos. Y de nuevo repito: por favor, ser libres de reír con sarcasmo de ese tan ácido, me sentiría casi peor si no lo hiciérais.

Sabéis que no me gustan las medias tintas. Y que la brutalidad directa es muy vuestra, muy nuestra. Y que probablemente éste no sea el mejor sino el peor medio para transmitir nada medianamente serio. Pero ayer un adiós así, seco, no me dejó seguir intentándolo, y no tengo dinero para llamar a nadie ni fuerzas para presentarme por sorpresa a la salida de vuestra facultad, que es lo que debería hacer, ni nada.

Hoy no podía más y me he ido a la cama, y al despertarme no podía pensar en otra cosa que en que la había cagado, que había metido la pata hasta el fondo. Hace ya mucho tiempo. Que debí haberme dado cuenta hace meses lo sé; que sueno el dobre de estúpida ahora, escribiendo esto aquí como si nada, también.

Me toca, a pesar de todo, pediros una segunda oportunidad. Porque de verdad que os quiero.
Por favor.

sábado, 12 de febrero de 2011

Polvo en el aire.

¿Te puedo pedir una cosa? ¿Me das un beso?
Y que él diga que sí, y que se pare el mundo, y que se te corte la respiración.

jueves, 27 de enero de 2011

Que se me encoje el alma.

Hace frío, mucho frío. Enfrente del Hospital Universitario, una enorme columna de piedra reza el nombre de la calle. Alguien ha tratado de modificar toscamente el águila imperial que encuadra el gran escudo de bronce que corona la columna por el cisne propio de la Universidad Complutense. Si uno fija la vista, todavía se puede leer el "Una, Grande y Libre".

lunes, 24 de enero de 2011

Disculpad mi osadía.



Cansancio extremo alternado con optimismo y buen humor desbordante. Proyectos, muchos proyectos. Y trocitos de canciones que se desgranan a voz en grito por mi garganta. Ahora estoy, ahora no. Y Madrid ahí fuera, esperando a que pase este jodido mes con todos sus exámenes. Un pasito, otro más. Se hace camino al andar.

miércoles, 19 de enero de 2011

Despropósito emocional.

Hora punta y calor, mucho calor. El clima de las grandes ciudades está diseñado por algún ser superior (los vendedores de aire acondicionado, supongo) para provocar graves desajustes en la salud de uno: cuando fuera hace frío, dentro hace calor, mucho calor. Y viceversa.

Haciendo equilibrios con los libros que llevo en la mano, busco un vagón en el que pueda estar de pie sin necesidad de chocarme con nadie. La música que sale de los auriculares me hace ver el mundo con ojos distintos; siempre pasa lo mismo, sé que cuando cambie la canción lo hará también mi percepción. Tengo calor, mucho calor. No me quedan manos para quitarme el abrigo: si suelto la izquierda se caen los libros, si libero la derecha me caigo yo. Curiosa, la analogía.

Observo las miradas vacías del resto de viajeros mientras mi cabeza trata de aislarse de relatos de niños soldado. Trato de fundirme en la música, pero las jodidas imágenes de Sierra Leona truncan mi capacidad de concentración. Tengo que dejar de involucrarme tanto con los trabajos de investigación.

Frente a mí, en el suelo del pasillo entre las dos filas de asientos, juegan dos niños pequeños. Los hermanos, bajo la mirada protectora de su madre, lanzan risotadas agudas que consiguen traspasar el sonido de los auriculares. Ella es algo mayor, calculo que tendrá unos seis años como mucho. Con una sonrisa perenne en los labios, enarbola su oso de peluche (marrón, con un lazo rojo al cuello) y alarga ambos brazos para mostrárselo a su hermano. Él sonríe y se dispone a participar en el juego.

Un escalofrío me recorre el cuerpo. El metro se detiene: mi parada. Dudo, no sé qué hacer. Me doy la vuelta titubeando, con un nudo en el estómago, creo que me he puesto pálida: "Señora, me dan miedo sus hijos".

Y me bajo corriendo, pila de libros a rastras, sintiendo cómo me entran ganas de vomitar y dejando trás un tren que ya se marcha, con un vagón mirándome estupefacto desde la distancia, una mujer que no entiende nada, y un niño de cuatro años apuntando con una enorme AK-47 de juguete al peluche de su hermana.

viernes, 7 de enero de 2011

Recogeré flores en tu vientre.

Y ella giraba, giraba, giraba, henchida de felicidad como si ya nada más importara en el mundo. Como si hubiera encontrado la bocanada de aire que otros podemos pasarnos la vida entera buscando. Como si el frío de la calle no existiera, ni el calor de los edificios, ni los peatones que la miraban asombrados, ni las lágrimas ni las sonrisas, ni nada, realmente; como si nada ni nadie existiera.

Solo ella. Y él. Y la sensación de que esa divina juventud pasaría pronto, pronto, pronto, y de que era imposible intentar atraparla con las manos porque se escaparía entre los dedos del modo en que lo haría un simple puñado de arena.

Y ella giraba, giraba, giraba.