sábado, 31 de diciembre de 2011

Ya cayó el dictador (o eso dice la radio).

No recuerdo enero, la verdad. Sé que empecé el año jodida, jodida a más no poder en todos los sentidos posibles, y que me pasé el mes llorando en un Madrid helado que amenazaba con retroceder tres décadas. Tuve uno de los momentos más felices que recuerdo, con mi cuarto lleno de confeti y amigos abriendo regalos que ya no son lo mismo, ni ellos ni los paquetes. En febrero me curé y por primera vez en meses logré salir de la espiral de suicidio para sentirme bien diciendo sí y diciendo no. La sonrisa idiota de esa noche de carnaval se estampó contra la realidad en marzo, cuando empecé a comprender de lo que había salido y hasta qué punto estaba perdida. Ahí ya no sé muy bien lo que vino, pero fue en abril cuando comencé a caminar de nuevo, de la mano del día siete y todo lo que supuso. Yo volví a caer, más bien que mal, y a mi alrededor comenzaron a aparecer caras preocupadas que daban abrazos mejor que nadie antes, que te tenían la mano y te invitaban a crecer. Amigos. Después vendría mayo y el estallido de todo, y yo dejé de comprender nada y me echaba a llorar de incredulidad subida a una de las dos fuentes de Sol para ver algo mientras me sentía incomprensiblemente más arropada que nunca. Creo que morí de agotamiento esas semanas. Poco después me obligué a aceptar lo inevitable, y maldecí ese mes y su sonrisa triste con toda la fuerza del mundo. 

Se puede decir que el año murió por primera vez ahí, en la frontera entre julio y junio, pegado a una ventanilla de autobús mientras yo me alejaba de Madrid intentando entender lo que me había pasado. Tras eso la desidia, la desidia y el miedo horrible a repetir lo del año anterior, a volver a mutilarme por dentro. En agosto, tras un viaje de profundas decepciones y pequeños triunfos (maldito esperar siempre lo mejor), me puse en jaque y comprendí.

El año que va a empezar mañana ya nació en cierto sentido este septiembre, y lo hizo con los mismos tres impulsos que (lo sé) me constituyen ahora: el amar (el sufrif), el madurar y la esperanza o el miedo atroz, que en ocasiones vienen a ser hermanos. En octubre me pasaron muchas cosas, muchísimas, pero se puede decir que fui por primera vez consciente (después del confeti) del valor de la amistad y de lo que significa querer a un amigo. Eso, y que me volví a dar cuenta (una sobre otra, cada vez la herida es más profunda) de que estaba creciendo. Noviembre fue mes de lucha y aceptación de una misma, y de un tropiezo terrible que me vino a enseñar a no edificar sobre tierra falsa. Y diciembre se va con paso agridulce, nostálgo y combativo. Será el sabor de la vida.

Ahora sí: feliz 2012.

Bebamos para no vernos.

Quería escribir un adiós 2011 explicándome que siempre aspiro a la mejor de las opciones posibles y que luego la mitad me sabe a poco; que siempre he querido que las cosas me salgan demasiado bien. Pero soy incapaz de redactar nada.

Así que mejor diré que querer es bonito y que yo quiero muchísimo. Diré que los proyectos comunes son la cosa más maravillosa de construir en la vida y que yo tengo entre mis manos dos proyectos tremendos. Eso tengo yo: una caja de grillos y dos amigos geniales.

Feliz 2012.

jueves, 29 de diciembre de 2011

El consuelo vendrá después.

Así acabo un año, así empezaré el siguiente. Con un vaso de ron sobre la mesa, la estabilidad como huída de mi vida y un pánico atroz por el presente. Desprotegida y falta de luz.


jueves, 22 de diciembre de 2011

Habrá quien no cambie.

Era él con su cazadora de cuero y piel de oveja, ese cuello enorme, gigantesco, que hacía que la lana saltara a la vista hasta fundirse casi con sus patillas. Era yo con mi boina calada y mi chaqueta de pana, mis pantalones morados a punto de hacerse falda, y los dos dentro del sótano inmenso de una okupa en algún lugar de Madrid, cubata en mano. Eran los jodidos cuadros del movimiento estudiantil, ahí en la barra currando para pagar juicios, y la gente bailando con el puño en alto. Somos puta nostalgia, joder, eso somos.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Como espadas.

Esta noche hay fiesta en El Koala, organizada por la Asamblea de Filo, para pagar el juicio de las detenidas el 17N, y hace un rato se rompió la cachimba en el cuarto de Dario, porque Cristina trataba de saltar encima de mí con las piernas estiradas. Alguien se dedica a estampar naranjas pasadas contra la ventana de Ángel, en la tercera planta, y un grupo de gente aplaude cada vez que acerca en el cristal. Mi vecino tiene Extremoduro sonando con la puerta abierta, y todo el pasillo se asoma a saludar y a pedir la siguiente canción. Martín acaba de aparecer por aquí vestido de mujer, con una cintura de avispa genial, que viene de hacer teatro, y no para de pasar gente que da abrazos y maletas que no quieren irse y despedidas que se postergan hasta esta noche.

Cada vez me enamoro más, lo siento. Será esta jodida etapa de la vida, que no acaba y que a la vez se escurre entre los dedos de una reproduciendo el pánico eterno. Igual necesito un orgasmo; el caso es que siento una necesidad enorme de estallar por dentro. Eso, y que estoy viviendo magia.

Felices fiestas. Las de emborracharse y eso, digo. Yo me voy mañana de casa y no quiero hacer la maleta, no quiero. Volveré a Madrid dentro de dos semanas, homenajémosla esta noche como sólo ella se merece.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Las chicas son guerreras.

Hoy, todo son mujeres en mi vida. Teresa en fase de agobio máximo porque es incapaz de hacer las cosas una tras otra, ella tiene que lanzarse así, a por el nudo, y de pronto de la traga el mar de obligaciones sin darse apenas cuenta porque está más pendiente (reconozcámoslo) de intentar avanzar por el mundo, pero cómo la quiero. Irene coqueta, areglándose los vestiditos, comprando diademas y viniendo a mi cuarto a hablar de la figura del héroe en la literatura judía del siglo XX, la muy jodida, que mira que sabe cosas. Mi madre llamando desde Murcia para decirme, sin decir, que me quiere y que echa de menos, y yo respondiéndole tratando de camuflar la voz entrecortada de (te quiero, mamá) a punto de echarme a llorar. Isa sujetando su cerveza con cara de cansancio, en un no-puedo-más intermitente que le hace reclinarse en la silla hacia trás para beber y hacia delante para darme abrazos, tan linda ella, tan fuerte, tan lo-he-decidido-me-voy-a-México con una voz dulcísima que nadie diría. Alba apareciendo por el comedor a las tres de la tarde, murmurando que se acaba de despertar y hablando desde unas gafas enormes que casi pierde una vez en Berlín. Ellas, las de las asambleas, las luchadoras: Odile, Isa, Vanessa. Y la música de La Otra todo el rato.

Mañana es la fiesta de Navidad, chicas. Teresa y yo estaremos a los platos de la Sala Alternativa a eso de las 4.30. Sean felices.


domingo, 11 de diciembre de 2011

Inventarios de pánico.

"Los leprosos, más que cualquier otro tipo de enfermos, son para la sociedad medieval una especie de necesidad moral. Los mantiene aislados a una distancia prudencial porque son peligrosos, pero a la vez los conserva a la vista y les hace objeto de ciertas atenciones para forjarse una buena conciencia y proyectar y fijar en ellos, mágicamente, todos los males que pretende alejar de sí. Están a la vez en el mundo y fuera del mundo".
 Mitre Fernández. Fantasmas de la sociedad medieval: enfermedad, peste y muerte.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Las caras más bonitas que he conocido.

Música euskocubana, el gaztetxe con las fotos sobre el escenario (euskal presoak, euskal herrira), Mikel hablando de independencia y socialismo (porque no podemos construir un recipiente vacío, sonríe), Maite contándome del 72, la lluvia en el trayecto de herriko a herriko, Ziortza diciendo que bueno, que se queda a un pote, yo mamando vida.

Cuando ayer (esta mañana) fui a despedirme, me sentía más grande que nunca, como recién crecida. Odei me cogió pegada a su cuello y me dijo "muchacha, gracias por todo", respiración entrecortada y mirada que podría derribar edificios. Después me di la vuelta y bajé hacia lo viejo con Fran de Córdoba y Sergi de Barna, la Concha abriéndose de a poco con sus farolas sobre la arena. Subí al hostal, desperté a Héctor, desayunamos amanecer esperando un bus para Madrid.

Gracias por todo, de verdad, gracias por dejarme comprender.
Eskerrik asko.