jueves, 18 de octubre de 2012

Cueste lo que cueste.

Ya en serio: ¿qué está pasando? ¿Qué coño está pasando? Sí, he dicho coño: ¿qué coño está pasando que hay 200 chavales de 13 años encerrados en un instituto público de Madrid en protesta por la visita del Ministro de Educación? ¿Qué jodida mierda está pasando que las compañeras encerradas esta noche en la facultad de Ciencias de la Información de la Complutense se han encontrado a las siete de la mañana una mesa llena de comida caliente y al personal de limpieza aplaudiendo? ¿Qué narices está pasando en este maldito país que la Historia, eso que tanto amo y que tan básico es para la vida, va a dejar de ser impartida en los institutos a partir de los 14 años? ¿Qué pesadilla está pasando, qué jodida pesadilla estamos dejando que pase?

Y una mierda que nos vamos a quedar quietas.


martes, 16 de octubre de 2012

Creciendo.

En Madrid llueve a trozos y yo abrazo mi edredón con amor materno. Madrid es hoy una sala a medio liberar en el Patio Maravillas, la música de la cocina, una cazuela con sopa hirviendo, todos los libros de la Marabunta y los sofás ahí con el café caliente. A mi alrededor, procesos y continuidades. Las parejas abrazándose dentro de los abrigos. La inhumanidad del metro y el chico que me sonríe agitando silbatos de colores a un euro cada vez que entro corriendo a las ocho de la mañana por la boca de Lavapiés. Madrid es la casa de las ventanas verdes, Teresa, que qué habría sido de mí si no la hubiera encontrado a ella (ves, boba, te cito porque te quiero), Markel, Marta que se nos muere de estudiar Medicina. Una reunión de cinco horas, desborde etílico a las tres de la mañana. La risa estúpida a carcajadas mientras la lluvia me empapa entera, que el hogar es poder llegar calada hasta los huesos. Madrid es hoy todas las cosas que amo.



(El twitter del CSOA Magerit reza: Desalojado el viernes 12 de Octubre de 2012 durante su fiesta de inauguración. La lucha sigue cueste lo que cueste).

sábado, 13 de octubre de 2012

¡Casablanca vive!

Me ha chocado la normalidad del espacio. Ver que los murales seguían en las paredes del patio, a pesar de que nosotras no pudiéramos pasar porque la policía ya había tapiado el pasillo cuando el primer desalojo. Los sillones estaban allí, como siempre. La cafeta destrozada pero con minis todavía a medio sobre la barra, el frigorífico enchufado, los carteles de precios, platos sucios esperando ser fregados. El asambleódromo de la primera planta, tal cual. El baño con la puerta abierta, indicando que no había nadie dentro. Los tapices de colores por el techo a lo largo de toda la entrada, los periódicos del 15M encima de la mesa primera, la puerta de la Biblio cerrada, los avisos y las tablas con horarios pegadas por las paredes.

Pero el futbolín, claro, partido en dos. Las fotografías de la segunda planta arrancadas. Demasiada basura por el suelo. Y la gente llorando, llorando sin más en un mar de abrazos.

No sé qué esperaba. Que Casablanca se hubiera evaporado. Que el edificio fuera otro, sin más. Saber que simplemente han construido una frontera enloquece más todavía.

Tengo la imagen de las vecinas saliendo a los balcones a aplaudir mientras veíamos las mareas de gente subir desde la plaza. Cuando llegó la policía, el barrio entero gritaba Fuera. Y una chica a mi lado murmuró: pero claro, ellos van mejor armados. Yo nunca había visto abrir una puerta a hachazos.


sábado, 6 de octubre de 2012

Consciencia.

Ahora digo "cueste lo que cueste" y me entran escalofríos.


La casa de las ventanas verdes.

Viniendo para casa, las manos en los bolsillos, he tenido una sensación extraña. Hacía tiempo que no escribía y antes lo he hecho, bajando hacia Sol por Preciados, esquivando manteros, paso rápido, sonrisas a los músicos callejeros, lo siento, no tengo un euro, si no te lo daba. Había, no sé, una cosa extraña en la noche de Madrid. Una capa más de realidad a esas once y media tan tempranas, las botas deprisa, la cerveza en la cabeza y la mochila ahí con los tres cuadernos: el de bolsillo, el de reuniones, la agenda. Antes, a la hora de la comida, con Lucía fumando en una esquina del sofá azul, Markel que si Spinoza, las risas, la nostalgia, sentí también lo mismo. Como que me elevaba.

Trato de creer en cómo ha cambiado mi vida, pero cuesta, cuesta. Sólo en ocasiones me entra así, desaparezco, observo desde fuera y veo a una mujer que afirma con fuerza pero se muere de dudas. Mujer, qué duro suena. Con el pelo recogido y los mechones a ambos lados de la cara, increíble, quién lo diría hace unos años. Mujer llegando a casa y gritando un buenos días mientras se dirige a la cocina, saca la verdura, prepara algo de comer. Busca el cuaderno tres, abre por octubre, primera semana, tacha reuniones, apunta otras nuevas. Se duerme en clase, toma apuntes, discute de Historia comparada, no, al Dictador se le llama por su nombre. Llega tarde, cierra puertas, tiene miedos. Mujer que abraza fantasmas y quisiera romperse cada vez más noches, que estalla en llamas, que guarda muertos. Que toma actas y lee en el metro.

Luego está la calle, esta calle que me abraza como madre. La casa de las ventanas verdes. Los libros, el forro polar calentito, el olor de las velas. Gente que, por fin, me sonríe con confianza. Autoconstrucción y yo bajando por Preciados hacia Sol, los trabajadores cerrando tiendas, el violín desde Callao, la luz de la noche y las parejas tan normales, tan eternas. Mañana me levantaré temprano, sonrío mientras me contemplo desde arriba, desde algún jodido lugar a la altura de Ágora Sol, el paso decidido, el palestino colgando. Mañana madrugaré y tomaré café. Me sentaré a comentar textos, el Leviatán, las memorias de Luis XIV, Política extraida de las Sagradas Escrituras, que sé yo. Después pasearé hasta dar con los libros que necesito, volveré a casa, almorzaré, diré que tengo más caos que vida. Haré redacciones en inglés, me reñirá Teresa, llegaremos tarde, corriendo, segundo izquierda, la gente ya sentada en la asamblea tratando el punto primero del orden del día.

Y todo eso pienso mientras me veo bajar la calle, así de golpe. Más o menos lo que pensaba este mediodía. Mi constante vital cuando logro observarme, juntar tiempo para darme cuenta. Que nos cambia el mundo al ritmo de los latidos.

(Barricadas en las calles).