lunes, 29 de agosto de 2011

El tiempo pasa (nos vamos haciendo viejos).

La cosa es ese estar ahí, ese mírame soy la mujer en medio del charco de hombres, esa foto que ahora miras y sonríes, y sonríes pensando que te hará llorar dentro de veinte, dentro de treinta años cuando ya no quepas en esa blusa blanca ni tengas fuerza para levantar el puño, y te despiertes a las siete de la mañana pensando en qué momento se jodió todo, cuándo dejaste de hablar de materialismo histórico y de beber pilas de libros para pasarte al lado de la alineación, esa foto que ahora miras y sonríes, y sonríes porque te cuesta reconocerte en esa masa de pelo rizado, te cuesta reconocerte en esa sonrisa y en esa mirada, te cuesta reconocerte en la soltura con que tus hombros parecen portar el abrigo, sujetándolo como si nada, te cuesta reconocerte en esa mujer, sí, mujer, y piensas que más bien parece así, en blanco y negro, una fotografía gastada de ese otro mayo, el de hace hoy cuarenta y tres años, que así con letras da incluso más miedo, y que la chica del medio bien podría arrancarse a hablar en francés.

O quizá no. Quizá lloras y no sonríes, añorando eso que está pasando en este mismo momento mientras sostienes la foto, eso que lleva pasando desde hace tres meses y que no sabes bien, nadie sabe bien, si está pasando de sucediendo o de acabando, pasar como derrota inercial o como contiloquio de mil acciones que da pereza enunciar, y efectivamente la mujer de la imagen podrías no ser tú sino esa otra que lee en periódico en el barrio latino de París o en las calles revueltas de Santiago de Chile, y te preguntas (de ahí las lágrimas) qué será de ti en un futuro si ya ahora te cuesta reconocerte, si ya ahora sufres ese echar de menos que debería tardar quince años en aparecer, al mirar entonces la foto y pensar si la que ahí sonríe no es más bien una anarquista griega o una estudiante egipcia, mientras lees a Sartre y a Tolstoi y a Thoreau y a Lautréamont y a tantos otros que ahora desconoces y cuyos nombres eres incapaz de pronunciar, mientras piensas en el dolor de ese auto-construírse como reflejo o resorte de la construcción exterior, mucho más ardua y mucho menos contradictoria que la de una misma, que la de la muchacha que eras y la mujer que eres.

La foto está movida, te das cuenta ahora.