lunes, 18 de julio de 2011

75 años de vergüenza.

"Somos lxs nietxs de lxs obrerxs que nunca pudísteis matar" (Evaristo, LPR).


viernes, 8 de julio de 2011

La Bohème.

Se mira en el espejo y sabe que cualquiera querría follarla. Así, sin más, porque para qué hace falta más. El problema es que no sabe dónde buscar a ese cualquiera.

Está tan bonita como sola, se ponga lo que se ponga. Con su moño de bailarina, su cuello de ciste y sus labios rojos de puta barata. Y un vestido negro que meti
ó en la maleta no sabe para qué, si total, no iba a tener nadie ante quien quitárselo.

Tiene la cara manchada de rímel y un agujero en las medias. Tira de la rejilla con fuerza, agrandando la carrera. Y se quita el pintalabios a golpes de rabia mientras se dispone a meterse sola en la cama.

domingo, 3 de julio de 2011

Ahí te quedas, Madrid.

Madrid decía adiós por la ventanilla, pegando las palmas de las manos al cristal tan fuerte que las uñas iban separándose poco a poco de la yema de los dedos, despacio, despacio, mientras todo se mojaba regado por las lágrimas de no creer, de no entender. Madrid se encogía en el asiento, sí, sin querer mirar de reojo a la compañera de viaje ni estirar las piernas ni tumbar el reposacabezas, no, porque el tiempo había pasado demasiado deprisa y ahora sólo se podía apretar los puños y cerrar los ojos con rabia, hasta que párpado y pupila se incrustan y el cerebro crea la falsa sensación de estar viendo parpadeos blancos sobre fondo negro.

Madrid necesita tiempo para asumir lo que ha vivido este año. Tiempo para entender los fracasos estrepitosos y las pequeñas victoras, para asentar lo aprendido y removerlo mucho por dentro (que no, que no, que no se quede sentado), para sonreír despacito recordando paseos nocturnos y abrazos y comisuras traviesas y pelos al viento y gritos al aire y gafas rojas con el metro de Londres y manos y fotos y sofás negros y conciertos y ritmos en la pared y cervezas en la terraza y comidas en el Retiro y disfraces de carnaval. Y llantos, y carreras y orgasmos y besos, y amigos.

Madrid quiere ponerse música de pensar, cerrar los ojos desnuda sobre un colchón e ir ordenando cada uno de sus recuerdos para llegar finalmente a aceptar que son reales. Madrid se encoge, se encoge, tan frágil como un espejo del Barbieri, tan fuerte como una inmigrante en Lavapiés. Y apoya la cabeza en el cristal, sin saber si mirar o no a la ciudad que se queda detrás.

Ah, no, espera. Que soy yo la que va en el bus.