sábado, 25 de diciembre de 2010

Y mil vidas malgastadas por cada mandamiento.

Cuando fue a desayunar se encontró, junto al estante de las galletas y el armario con la vajilla, un triple asesinato por ahogamiento en la pila de la cocina. A una de las víctimas le habían arrancado el ojo izquierdo de un mordisco, y una segunda presentaba un descosido en la pata. El tercer afectado, el perro verde de su hermano, parecía intacto.

Con un tazón en las manos y dejando atrás los peluches sumerjidos en agua y jabón, se sienta pensando si tal vez es aquello el primer adelanto de lo que iban a significar esas navidades. Niega con la cabeza. Al fin y al cabo, las fiestas de fin de año siempre han significado lo mismo: vestirse demasiado bien, comer demasiado, gastar demasiado y sonreir demasiado. Mira el reloj. Falta apenas media hora para que familiares cuyo nombre y filiación exacta desconoce, comiencen a llegar a casa.

Pero qué dispares pueden ser personas aparentemente paralelas. Porque cuando el primer coche llegue y de él se bajen cuatro cuerpos en orden excesivamente convencional (padre, madre, hijo, hija) para desperdigarse después, dos mundos entrarán en conflicto. Y Él dirá mierda, me cagüen la puta que me he dejado el tabaco, y dará una patada contra la maltratada puerta del conductor. Y Ella mirará a lo alto y con voz cascada arguirá que te calles, joder, mientras se recoge el chal sobre los hombros desnudos y se mira de refilón en un espejo de mano, rímel dos por uno y base tres por dos. Y él escupirá al suelo, ya está el papá otra vez, y llamará puta a su hermana mientras ella, ella intenta cubrir sus muslos con el minúsculo retal de tela que lleva por falda, haciendo equilibrios para no caer al vacío desde veinticinco centímetros de altura.

Dentro, Él no estará, fue a comprar el pan, y Ella terminará de vestirse en el cuarto, nerviosa, a la espera de que todo salga bien. En su habitación, él repasará la lista de regalos y practicará artimañas para aumentar el aguinaldo, que ya se sabe, por dinero cualquier cosa. Y sentada en un sillón, ella leerá ensayos políticos (anarquismo, Sahara, trabajar menos para vivir mejor) mientras piensa, quizá, que puta vida, ésta que nos obliga a ser amables en determinadas fechas (hipócrita caridad) pero nos permite seguir matándonos el resto del año.

3 comentarios:

Ché Pérez dijo...

:)

En la línea, como siempre.

Un moro judío que vive con los cristianos... ¿te acuerdas?

Ché

Vidadebohemia dijo...

me acuerdo, miamol :)

Javier dijo...

Al comienzo casi me asustaste, casi xD