martes, 14 de febrero de 2012

Mi vida va prohibida, dice la autoridad.

"(...) La metrópoli, aunque necesitada de esta diáspora revertida, no se muestra acogedora con ella. En mi condición de analista de la literatura de viajes, me resultó impactante, en la década de los años noventa, encontrar un reciclaje contemporáneo de los archivos de viaje de los siglos XVII y XVIII. Las historias dramáticas de sufrimiento y supervivencia, de monstruos y maravillas que trescientos años antes regresaron a Europa procedentes de lejanas costas empezaron a reaparecer a dirio, hacia finales de esta década, en las fronteras mismas de la metrópoli. El último relato de un naufragio que escuché, por ejemplo, llegó no de Tierra del Fuego, como antes, sino del sur de Francia donde novecientos kurdos encallaron al tratar de llegar a Europa.

Los relatos de polizones no nos hablan hoy de chicos europeos escondidos bajo cubierta en buques con destino hacia los mares del sur, sino de jóvenes africanos que aparecen congelados bajo la escotilla de los aviones que aterrizan en los aeropuertos europeos o familias de Europa del Este escondidas bajo los trenes que cruzan el túnel del Canal de la Mancha. El relato del náufrago fue revivido con la historia de Elián González, quien logró llegar a las playas, no de Tahití, sino de Florida. Y no fueron los polinesios, sino los ciudadanos de Florida (¡los republicanos!) quienes decidieron que él era la reencarnación del Niño Jesús y que había sido llevado por los delfines a sus playas.

Los bandidos y los piratas de hoy en día son los coyotes o polleros que atraviesan fronteras en todas partes del planeta. Las historias de muerte y de rescate están de regreso y nos llegan, no precisamente del Sahara, sino del desierto de Arizona, como es el caso del espisodio del verano del año 2000 cuando un bebé fue milagrosamente rescatado de los brazos de su madre muerta, una joven salvadoreña que intentaba cruzar la frontera para entrar a los Estados Unidos. No fueron unos beduinos nómadas los que salvaron al niño sino una patrulla fronteriza cuya función normal es cazar a los inmigrante indocumentados.

Las narrativas de cautiverio resurgen entre trabajadores y trabajadoras en las casas de lujo de Beverly Hills, en fábricas y burdeles de San Francisco y Nueva York. Las asfixiantes pesadillas de las embarcaciones de esclavos vuelven a hacerse presentes en 1999 en el puerto de San Francisco, en donde dieciocho trabajadores chinos salieron de un contenedor de carga casi enloquecidos a causa de los padecimientos sufridos. Viajaban escondidos en el fondo de las bodegas de un carguero en el que murieron siete de sus compañeros de viaje. En la primavera siguiente, Inglaterra se vio sacudida por la historia de otros cuarenta y tres chinos que perecieron debido a la inhalación de monóxido de carbono en la parte trasera de un camión en el que intentaban cruzar la frontera procedentes de Holanda. Pocas semanas después, a orillas del río Bravo (y no, por ejemplo, del Níger ni el Amazonas), turbas enloquecidas miraban desde la ribera del río a dos personas que se ahogaron tratando de llegar nadando a Texas. El drama fue televisado en vivo, podría haberse tratado de una lectura en voz alta en la plaza de una ciudad en 1620.

En abril de 2001 brotaron de nuevo historias de linchamientos de negros y no se trataba de una revisión de los anales del viejo Sur, sino de la ultramoderna España. La esclavitud ya había hecho su reaparición en algunos lugares de África debido a la fuerte caída de los precios de sus productos y al colapso de la agricultura tradicional. En Sudán se rescataron centenares de huérfanos DInka robados como esclavos. En Abidjan, según London Daily Telegraph, las niñas se vendían por cinco libras. "Sentí que asistía a un espectáculo del siglo XIX", afirmó el reportero. El abolicionismo, a su vez, se sacudió el polvo y volvió a salir del closet, encabezado, como hace ciento cincuenta años, por la Anti Slavery Society de Londres. 

En el otoño del año 2001 Europa se dio cuenta de que estaba alojando miles de cautivas, muchas de ellas procedentes de Rusia y Europa Oriental, con lo que se puso al descubierto que los albaneses estaban haciendo ventas masivas de sus mujeres jóvenes a Europa Occidental. Quizá el tráfico humano es hoy una industria más grande de lo que fue durante la época del tráfico de esclavos, aunque no se trate de situaciones idénticas".


Mary Louise Pratt: "¿Por qué la Virgen de Zapopan fue a Los Ángeles? Algunas reflexiones sobre la movilidad y la globalidad".

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