Llevo una temporada muriéndome despacio cada mañana, de no poder sentir sus besos en la espalda. Por eso ya no escribo. No tengo más que contar que mis veintiún años y sus miradas, el deambular tan sola por Gran Vía, volver a la facultad después de lustros que no son sino horas, este invierno que se nos pega a los huesos y Joplin calentándome las noches.
Hago la mochila como con incertidumbre, sin saber muy claro hacia dónde camino. Siempre amé y odié eso a partes iguales, creo, pero el caso es que ahora se ha esfumado la primavera y tal vez la próxima estación me arroje de bruces a la negación más absoluta. O puede que se averíe el tren, no sé, aquí en Madrid pasa a menudo. Y claro, luego soy incapaz de salir de la cama y trato de hacerme pequeñita, pequeñita, para no molestar a mis sueños. Así durante días, dentro dentro del túnel.
Que no quiero bajarme del vagón, a menos que estés tú en la estación esperándome.
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