Y ella giraba, giraba, giraba, henchida de felicidad como si ya nada más importara en el mundo. Como si hubiera encontrado la bocanada de aire que otros podemos pasarnos la vida entera buscando. Como si el frío de la calle no existiera, ni el calor de los edificios, ni los peatones que la miraban asombrados, ni las lágrimas ni las sonrisas, ni nada, realmente; como si nada ni nadie existiera.
Solo ella. Y él. Y la sensación de que esa divina juventud pasaría pronto, pronto, pronto, y de que era imposible intentar atraparla con las manos porque se escaparía entre los dedos del modo en que lo haría un simple puñado de arena.
Y ella giraba, giraba, giraba.
2 comentarios:
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Ese 1% restante... me lo daréis vosotros. Queda menos para todo.
Si gira tanto se va a marear, y verá el paisaje borroso. Yo envidio la capacidad de mi abuelo para ver el paisaje. Envejecer es triste si envejeces solo. Por lo demás, tan genial como siempre ;)
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