sábado, 5 de marzo de 2011

Noches de cristal.

Fuera hacía frío. Fuera llovía, durante ciertos momentos llegó a nevar; fuera, el viento arrastraba las hojas secas producto de un falso otoño en el tardío mes de febrero, obligaba a las viejas encinas a inclinarse todas en la misma dirección, reflejo gastado de la sociedad de este nuestro primer mundo, hacía bailar en la nada danzas invisibles a los cabellos de los enamorados que paseaban por el parque cogidos de la mano, evocando un romanticismo decimonónico que nunca recordó tiempos pasados sino presente y ahora y abrazos y abrigos y chimeneas, y piel.

Sin paredes, sin refugios, el mundo de allá fuera se asemejaba al vacío. Planicie infinita, porque qué más dan los árboles (madera viva) y los bancos (madera muerta y barnizada) cuando el tiempo clama. Que cuando el suelo está mojado, mojado, y en el aire no se oye nada, solo queda enredarse entre mantas de lana con alguien a quien se ama de verdad, o condenarse al abandono, soledad en el vacío.

Fuera hace frío. Quizá si ella estuviera allí se sentiría así: sola en el vacío. Pero ahí dentro, dentro de sí misma, todo es distinto. Y ya no nota el rocío de la hierba traspasando su vestido, ni sus manos congeladas, el gorro calado, los pies azulados, no. Solo está el calor interior, que le sale del estómago y se extiende por todo, lo abarca todo. Y ya no hay vacío, ya no hay nada. Que fuera los enamorados se abrazan, sí, pero dentro, dentro su corazón late. Y cree ella, ingenua, que eso es más importante.

1 comentario:

Javier dijo...

Estar con alguien a quien se ama es requisito necesario pero no indispensable para envolverse en mantas xD