Te prometo que cuando llegué aquí no pensaba emborracharme. Pero ahora he abierto la botella, fíjate tú, y no tengo ganas de echarle cocacola y no puedo parar de pensar en la otra noche, esa en que después de cinco meses volví a estar viva.
He abierto la ventana, a pesar de que sé que al otro lado no hay más que noche. Noche mojada: como en todos los momentos importantes (o deprimentes, qué más da, o de euforia comprimida), el cielo está llorando. Y yo me castigo harta de repetir las mismas imágenes, los mismos sonidos, las mismas palabras, en un esfuerzo inútil de superación personal, de catarsis vital.
Me dedico a perder las tardes. O a ganarlas, qué más da. Quizá es que existe una seguridad más allá de los abrazos, que solo la lluvia y las trompetas pueden proporcionar. Y el ron de caña. O eso, o hace tiempo que perdí el juicio y vivo cuerda en este mundo de locos ("me gustan locas, porque las cuerdas atan").
Algún día escribiré de liberación sexual y de las pintadas de los muros de mi facultad, supongo. Y de (tus) manos palpando mi (tu) cuerpo, y de que el sexo vacío es un maldito colador repleto de agujeros (va, venga, haz la broma ahora), y de todas las jodidas necesidades emocionales, que al fin y al cabo son las únicas que merecen un esfuerzo por ser sosegadas,
Me gusta la palabra sosegar. Me sosiego tras caer dos metros en picado sujeta a la nada por telas naranjas y moradas, tras un orgasmo cierto o fingido, que si no es por necesidad puta (sí, necesidad pura y puta) sino por sentimiento, acaban siendo igual de bellos. Me sosiego tras quemarme la garganta y tras pasear desnuda por donde no debería; me sosiego tras arañarte la espalda o llorar muy alto o dar vueltas descalza cantando en mitad de la calle, rápido, rápido; me sosiego tras comprobar que me juzgan por lo que saben que soy y no por lo que llevan años creyendo saber.
Te prometo que cuando llegué aquí no pensaba emborracharme.
1 comentario:
¿Trompetas? Estás como una cabra xD
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